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Confesábase un gitano, ladrón empedernido y díjole el cura: ¿Qué harías, infeliz, si el Juez Supremo te llamara ahora al juicio? ¿Pues qué había de jacer?... ¡No dir!...

Aquel bribón empedernido fue menos sensible a la propina de cincuenta francos que al placer de haber conducido a su cliente a la victoria. ¡En verdad que me agrada la manera que tenéis de arreglar a las personas! le dijo al bueno de Ayvaz. Bueno es saber cómo las gastáis. Si alguna vez os piso un pie, me apresuraré a pediros mil perdones en el acto.

Y ya que de esto se trata, aunque le parezcan irrespetuosas y tal vez impúdicas mis palabras, usted debiera apresurarse a tomar estado para no dejar que se extinga tan buena casta como es la de los Gutiérrez de Cisniega; y de hacerlo, debe buscar varón a propósito, no por cierto un jamelgo empedernido y seco como D. Pedro, sino un cachorro tiernecito que alegre la casa, un joven, pongo por caso, como este Gabriel, que nos está oyendo, el cual se daría por muy bien servido, si lograra llevar a sus hombros carga tan dulce como usted.

Ya, Sola ha puesto mi cuarto como el oro, y me ha preparado ese chocolate que, por lo exquisito, debe de caer en espesos chorros del mismo cielo». Dando luego un gran suspiro se sonrió y dijo: Usted, solterón empedernido, no comprende estas deliciosas chocheces del alma.

La señorita Florentina, consecuente con sus sentimientos generosos, quiso atenuar la pena de no haber podido socorrer en vida a la Nela, con la satisfacción de honrar sus pobres despojos después de la muerte. Algún positivista empedernido, criticona por esto; pero nosotros vemos en tan desusado hecho una prueba más de la delicadeza de su alma.

Pronto se convenció de que era más difícil cambiar la vida de aquellas beatas que la de un pecador empedernido. Le causó gran desaliento: comenzó a fastidiarse de aquellas nonadas, de aquellas confidencias domésticas insulsas y necias con que las devotas sazonan sus confesiones.

Tenía fe incontrastable en el progreso moderno, y echaba mano de los inventos realizados continuamente por la industria humana para combatir los argumentos deleznables, y pulverizarlos, de sus constantes enemigos los partidarios de la tradición, entre los cuales no era el menos empedernido y molesto su mujer.

La futura presidenta olióse desde luego la partida, y un oportuno constipado atroz y empedernido vino a impedirle salir fuera de casa; así se lo notificaba con grande sentimiento y cariñosas frases a su buena amiga Genoveva en una elegante esquelita cuadrada, en cuya esquina se leía, bajo la corona ducal propia de los Grandes de España, su nombre de María.

Aun creía la infeliz que sus ruegos podían ablandar á aquellos dos energúmenos de corazón empedernido por el hastío, la insociabilidad y la amargura de una vida claustral. Aun les suplicó: otra vez se volvió á arrodillar delante de María de la Paz, y le tomó las manos, aquellas manos nacidas sin duda para un puñal.

En seguida convinieron en preguntarle si pensaba en casarse. ¿Eeeeh? No dijo resueltamente. ¡Bravo!, ¡bravo! gritaron los hombres. ¡Qué hombre tan empedernido! chillaron las mujeres. Uno de los pollos propuso que se le preguntase si continuaba con la misma afición a las criadas. Las señoras quisieron oponerse, pero no hubo remedio. ¿Eeeeh? . Gran algazara en el grupo.