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Ese hombre tan odiado, contra el cual truena la voz de millares de frailes, desde millares de púlpitos, debía tener algo del aspecto satánico de Dante cruzando solitario y sombrío las calles de Ravena; alto, delgado, grave y severo, con ojos de mirar intenso, cuerpo consumido por la constante excitación intelectual... ¡Era un prior de convento del siglo XV el que hablaba!

Y sin embargo de merecer poco encomio como objetos artísticos, no puede negarse que la sillería del coro con su profusa talla, los púlpitos de caoba con sus grupos de pulido mármol al pié, el tabernáculo con sus dos cuerpos y cúpula de variados jaspes, y el retablo con su séria riqueza, forman un conjunto magestuoso, augusto, lleno de pompa, realzados con el oro prodigado en toda la arquitectura del templo, con la espaciosa escalinata del presbiterio, con las losas de Génova del pavimento, con las verjas, postigos y balaustradas de bronce, con la gran lámpara de plata que pende en la capilla mayor, y el altar calado de bronce y plata, cuando antes de analizar una por una las partes de la moderna catedral, se percibe de golpe la primera impresion producida, no por las formas, sino por la nobleza de la materia.

El templo estaba henchido de muchedumbre y todo jaspeado en lo alto de sol y de incienso. Los largos resplandores que bajaban de las vidrieras colorían de tintes espectrales la piedra y el alabastro, esmaltaban el oro de los púlpitos, pavonaban el obscuro nogal. Beatriz fue a arrodillarse con las damas nobles, entre el coro y la capilla mayor.

A ambos costados de la verja, como testimonio de la pasada opulencia del templo, los dos pulpitos de ricos mármoles y bronce cincelado. Gabriel echaba una mirada al coro, admirando su sillería portentosa ocupada por los canónigos, y pensaba con entusiasmo que tal vez lograse algún día sentarse en ella, con gran orgullo de su familia.

-Es el caso -replicó Sancho- que, como vuestra merced mejor sabe, todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no, y que tan presto se va el cordero como el carnero, y que nadie puede prometerse en este mundo más horas de vida de las que Dios quisiere darle, porque la muerte es sorda, y, cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va depriesa y no la harán detener ni ruegos, ni fuerzas, ni ceptros, ni mitras, según es pública voz y fama, y según nos lo dicen por esos púlpitos.

Por tanto, no conociendo él en todo el mundo, belleza digna de amar, ni bondad á qué aficionar aún el más mínimo de sus deseos, sino mirando en sólo Dios, que era siempre para él todo lo amable por su belleza y todo lo apetecible por su bondad, se olvidó y perdió de vista todas las cosas de la tierra y aun á mismo; cátedras, púlpitos y cualquier otro oficio honorífico de los que tal vez suelen estimar los menos desengañados en el pequeño mundo de la religión, eran para el P. Arce cargas insufribles, y por eso, como vimos, no acabó de llorar y de hacer instancias á los Superiores, hasta que le descargaron de la ocupación de leer las Facultades mayores en la Real Universidad de Córdoba de Tucumán.

Por distintas partes de la casa se veían retablos diminutos, sagrarios y hasta púlpitos improvisados con sillas. Últimamente habían hecho casullas de papel, y decían sus misas como unos canónigos, echando cada latín que metía miedo y observando todas las reglas de aquel acto con notorio puntualidad.

Algunos han creído que los diputados subían al púlpito para hablar; pero no es cierto. Los diputados hablaban, como hoy, desde sus asientos; y los púlpitos no servían para nada más que para apolillarse.

Apenas pensaba ya, no hacía más que sentir. La verja de bronce dorado, que separaba la capilla mayor del crucero, se interrumpía en ambos extremos para dejar espacio a los púlpitos de hierro, todos filigrana. Servían de atriles para la Epístola y el Evangelio, sendas águilas doradas con las alas abiertas.

En este año murió la reina madre D.ª Isabel Farnesio, y en la catedral se hicieron las correspondientes demostraciones fúnebres. Este mismo año se trató de hacer nuevos púlpitos, á cuyo fin por disposicion del obispo Barcía se compraron caobas, se formaron proyectos y se entregó al obrero mayor libramiento de 4000 fanegas de trigo, que produjeron 8000 pesos.