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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Entró en la cocina Tona, algo tocada también de la murria inverniza, a trajinar en el fogón donde hablábamos mi tío y yo al calorcillo de la lumbre, y ya no pude preguntarle lo que tenía a la punta de la lengua, como exploración siquiera alrededor de la casta de aquel nuevo «punto» que me había puesto en gran curiosidad.
Nuestra madre amorosa. ¡Nuestra madre querida! Yo miro al cielo y la siento encima de mí como cuando nos acercamos a una persona y sentimos el calorcillo de su respiración. Ella nos mira de noche y de día por medio de... no te rías... por medio de todas las cosas hermosas que hay en el mundo. ¿Y esas cosas hermosas...? Son sus ojos, tonto. Bien lo comprenderías si tuvieras los tuyos.
Según él, esto último era lo más conveniente; pues, bien mirado, el Gobierno no era mejor que otros muy malos, pero tampoco era peor; y, al cabo, para hacer algo por el país, mejor se estaba al calorcillo ministerial, que en el infierno de la oposición o en el limbo de los independientes.
Los cabellos, antes empapados y pegados a la frente, comenzaban a revolar ligeros en torno de sus sienes; su ropa humeaba aún, pero ya el benéfico calorcillo, penetrándola, le restituía la acostumbrada soltura.
Así, desde los treinta a los cincuenta años, se ha deslizado su metódica y correcta existencia, digna y laboriosa, pero también sin el calorcillo de una dulce intimidad, sin hacer el menor alto en el ensueño o en la fantasía...
Con la contemplación de éstos y otros cuadros á cual más sencillo, su lectura favorita adquiría para él cada vez mayor encanto; y hasta las tiernas églogas de Garcilaso le parecían la expresión más fiel de la verdad, y todos los recuerdos de todos los patriarcas descritos hasta entonces le asaltaban las mientes, y veía los trasuntos de todos los cuadros pastoriles del siglo de oro, y hasta sentía el calorcillo de sus venerandos y rústicos hogares; y tal era el dominio que sobre él ejercían estas ideas, que, fingiéndose extraviado, sorprendía á un vecino comiendo; entraba en la choza de otro cuando, sentado éste al frente del grupo de su familia, rezaba el rosario antes de acostarse; pedía aquí candela, más allá un guía, y por dondequiera aliviaba la miseria, complaciéndose en dejar oculta una moneda de plata, ya en el regazo de un niño que jugueteaba arrastrándose á la puerta de su casa, ya sobre el poyo de la cocina.
Lejos de corregir el juicio que había formado yo del temperamento de los tablanqueses al «verlos pasar», como quien dice, en el porche de la iglesia o en las callejas del pueblo, me afirmé más y más en él cuando los traté de cerca en la cocina de mi tío y logré estudiarlos en pleno ejercicio de todos sus componentes físicos e intelectuales; porque allí y sólo allí era donde exponían y ventilaban los asuntos más importantes de su vida, al calorcillo de las fogatas de la cocinona y bajo la presidencia de don Celso, que siempre daba en el clavo de lo mejor y más conveniente, lo mismo con una cuchufleta que con un dictamen formal.
Lo que es cacarear, cacareaban como descosidas, indicio evidente de que andaban en tratos de soltar el huevo; oíase el himno triunfal de las fecundas a la vez que el blando cloquear de las lluecas; se iba a ver el nido, se advertía en él suave calorcillo, se distinguía la paja prensada señalando en relieve la forma del huevo.... Y nada; que no se podía juntar ni para una mala tortilla.
El calorcillo de las sábanas, que empezaba a sonsacarle el sueño, inclinándole a las visiones vagas, a la contemplación soporífera de imágenes y recuerdos halagüeños, le hizo pensar, suspirando: ¡Si hubiese sido mi mujer Serafina, y este hijo suyo, y yo algo más joven!
Palabra del Dia
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