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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Sonriose Artegui una vez más, y la niña reparó cuán de perlas caía la sonrisa en aquel rostro, apagado y tétrico de ordinario. Era como la aurora cuando pinta de rosa los pardos montes; como el rayo del sol cuando rasga los crespones de un día brumoso.

Era un retrato de mujer, en cuyo agraciado rostro hacía contraste la sonrisa de los labios frescos con la melancolía de los ojos pardos, debajo de las cejas más galanas que han podido verse. Resultaba una doble expresión de enamorada y de burlona, y allí se echaba de ver el sentimiento hondo y fuerte, mal disimulado con la hipocresía de un carácter superficialmente picaresco.

Yo mandaria hoy mismo al Gobernador del Paraguay que formase una poblacion de españoles ò pardos en la costa este de este rio, al sud y cerca del llamado Corrientes ó Appa, repartièndoles las bellas tierras inmediatas. Hecho esto, ordenaria la demolicion de nuestro presidio de los Hermanos, y dispondria que de Santa Cruz o Cochabamba pasasen españoles

Saltaban en las sendas los pardos conejos, con su sonrisa marrullera, enseñando, al huir, las rosadas posaderas partidas por el rabo en forma de botón; y sobre los montones de rubio estiércol, el gallo, rodeado de sus cloqueantes odaliscas, lanzaba un grito de sultán celoso, con la pupila ardiente y las barbillas rojas de cólera.

El conde de Trevia en sus actitudes y maneras tiene más de gato que de mujer. La condesa está sentada á su lado y es mujer que seguramente no llega á los treinta años, pequeñita, de mejillas frescas y sonrosadas, ojos pardos rasgados, cabellos de un castaño claro, con una boca deliciosa provista de pequeños y blancos dientes. Una mujer sana y hermosa.

La luz de la lámpara iluminaba de lleno su rostro cetrino y anguloso: tenía los ojos grandes, pardos y tercos al mirar; la frente alta, afeada por cierta depresión hacia las sienes; los labios recios y las facciones salientes y toscas, como de talla mal labrada.

El alto y enjuto anciano me miró con sus ojos pardos y movió la cabeza. Burton Blair sabía demasiado contestó evasivamente. Según parece, después que yo me retiré llegó a ocupar el puesto de primer piloto, y Poldo, el hombre que había tenido en sus manos, para conseguir buenos rescates, a duques, cardenales y otros grandes hombres, trabajó a sus órdenes pacientemente.

Pero la hora de la poesía fascinadora no es la hora en que se ve con mayor claridad. Según el adagio vulgar, de noche todos los gatos son pardos. Entre dos luces todos los gatos son azules, que es el color de la ilusión. Acriollando el adagio, bueno será añadir que conviene huir de los «gatos» a toda hora, de noche, de día y entre dos luces.

Sin poder leer, me puse naturalmente a contemplar a la que tan íntimamente iba a ser mi compañera de viaje. Era indudablemente bonita, grandes ojos pardos, pelo castaño, un cuerpo modelado y un pie fino y bien calzado asomaba la puntita por debajo del vestido. No pude vencer mi curiosidad; en Europa me habría abstenido de dirigirle la palabra; extranjero y en América... ¡bah!

En los Pardos de la Lage era, al contrario, axiomático que más vale asno vivo que doctor muerto.

Palabra del Dia

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