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Formaba su rostro el mismo óvalo perfecto, con la barba un poco saliente, los ojos pardos hermosísimos, el cabello castaño, encrespado en artísticos remolinos naturales sobre una frente ancha y nobilísima, que parecía hecha expresamente para ceñir los laureles de una corona.

Ya me está dando a mala espina ese señor de Ponte, que es un viejo verde muy zorro y muy tuno. Tal para cual, pues también las matas callando... No pienses que me engañas, hipócrita... Al cabo de la vejez, te da por la disolución, y andas de picos pardos. ¡Qué cosas se ven, Señor, y a qué desarreglos arrastra el maldito vicio!... Te callas: luego es cierto.

El panorama parece casi todo un océano de arrecifes, negros, pardos, grises, y a veces rojizos, como si antiquísimas conmociones volcánicas los hubiesen desparramado entre abismos.

Su espesa y rubia cabellera ondeaba en tirabuzones a la inglesa. Sus ojos pardos y grandes, su nariz, sus dientes, su boca, el óvalo de su rostro, eran modelos de perfección; su gracia, incomparable.

Aquella diadema de sombra daba a su rostro matices de poesía crepuscular, como si todo él estuviese formado con tintas y rasgos tomados de la melancolía y sosiego de la tarde. Sus ojos eran pardos y de un mirar cariñoso con somnolencias de siesta o fiebre de insomnio, según los casos; un mirar que lo expresaba todo, ya la generosidad, ya el entusiasmo y siempre la nobleza.

me hubieras abrazado; mi presentación á tus indígenas era inevitable; éstos hubieran hablado de nuestro encuentro y Harvey y sus hijos hubieran sabido que yo me iba á picos pardos, lo que, contando con el pudor anglosajón era para un serio contratiempo... Preferí, pues, suprimir el abrazo... ¿Me guardas rencor? Tragomer se había repuesto y estaba reflexionando.

Los pardos vapores del anochecer extendíanse a ras de los campos, la arboleda tomaba un tono de oscuro azul, y arriba, en el cielo, de color violeta, palpitaban las primeras estrellas. Continuaron en silencio algunos minutos, hasta que Marieta se detuvo con una decisión inspirada por el miedo... Lo que tuviera que decirle, lo mismo podía ser allí que en otra parte.

La mujer era joven y gracioso su andar, pero mal podía vérsele el rostro, cubierto por tupido manto que sólo daba paso á la brillante mirada de unos ojos grandes y pardos y descubría uno ó dos rizos de negrísimo pelo.

Los dos hermanos no tenían ocasiones de hablar mucho, porque el primogénito, después de almorzar, se marchaba a uno de los cafés de la Puerta del Sol y allí se estaba las horas muertas. Por la noche o venía muy tarde o no venía. La idea de que su hermano andaba de picos pardos regocijaba a Maxi porque «ahora se verá decía , quién es más juicioso, quién cumple mejor las leyes de la moral.

Como aquel valle era más abierto, la brisa de la noche no había dejado reposar la bruma sobre el río: manteníala en las orillas formando dos blancas murallas gaseosas, por medio de las cuales el agua se deslizaba suavemente, despidiendo reflejos plateados. Por encima se extendían los pardos castañares, arraigados en las faldas de las colinas.