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Las señoritas hacían labor con su aya Miss Old-Cheese, ratona inglesa muy ilustrada, y la señora de Pérez bordaba para su marido un precioso gorro griego al calor de una chimenea en que ardía alegre fuego de rabitos de pasas. Sirvieron el Adelaida y Elvira en primorosas tazas de cáscaras de alubias, y luego se hizo un poco de música.

En el tal pueblo todos los vecinos eran pobres, incluso el señor cura, que se remendaba sus propios calzones y se aderezaba las cuatro patatas y pocas más alubias con que se alimentaba cada día. Los tales pobres eran labradores de oficio, y todos, por consiguiente, comían el miserable mendrugo cotidiano empapado en el sudor de un trabajo tan rudo como incesante.

Apolonio, en aquellos instantes, flotaba sobre la tristeza del mundo y sobre las nubes luctuosas, como el espíritu melodioso de Jehová sobre el caos primieval. Señorito, que las alubias se pasan rezongó con acritud la asistenta, asomando el morro por una puerta . Son ya las diez de la noche. ¿Qué habla usted ahí, incivil criatura? replicó Apolonio, con sobresalto.

Al recordar las canteras de trabajo rudo y aquellas chabolas, donde dormían amontonados los hombres, digiriendo con tragos de agua roja las cucharadas de alubias con tocino, sentían la voluptuosidad del egoísmo.

Pero murió éste de viejo, por más señas; y un sucesor que logró un par de años en que hubo plaga de patatas y de alubias, consiguió pagar el anticipo hecho á su ascendiente, sin desmembrar el mayorazgo, reclamando al mismo tiempo la extinción del compromiso de la rodada.

Si yo fuese blanda, el tío Polo no saldría nunca de aquí. Le tiene ley a lo que guiso... Y en cuanto a abundancia, ¡echa y no te canses! Todos los días hay rancho para un regimiento... ¡Y los chascos son buenos! A lo mejor, crees estar comiendo alubias, y te tropiezas con un pedazo de bisté.

Después de una mala comida de alubias y patatas, con un poco de bacalao ó tocino, dormían en aquel tabuco, sin quitarse más que las botas ó, cuando más, el chaquetón, conservando las ropas impregnadas de sudor ó mojadas por la lluvia.

¿Y tampoco sabe usté cómo llaman á la que iba á mi izquierda? No, hija mía. Pues ¿en qué mundo vive usté, cristiano? Eso le probará á usted cuan injusta fué conmigo antes, al sospechar de mi sinceridad. Pero ¿quién no conoce aquí á la Faisanuca? Yo no la conozco por ese nombre.... ¿Y por qué se le han dado? Porque su madre vende alubias en la plaza. ¡Qué atrocidad!

Llega á su casa el Tuerto. (Y adviértase que el humo se va disipando, y no impide ya que yo vea la escena, con todos sus pormenores.) Quítase el sueste, ó sombrero embreado, de la cabeza; coloca sobre un arcón viejo el impermeable de lona que llevaba al hombro, y cuelga de un clavo un cesto cubierto con hule y lleno de aparejos de pescar. Su mujer desocupa en una tartera desportillada un potaje de berzas y alubias, mal cocido y peor sazonado; pónelo sobre el arcón, y junto á él un gran pedazo de pan de munición. El Tuerto, sin decir una sola palabra, después que sus hijos han rodeado la tartera, empieza á comer el potaje con una cuchara de estaño. Su mujer y los chicuelos le acompañan, por turno, con otra de palo. Conclúyese el potaje. El Tuerto espera algo que no acaba de llegar; mira á la tartera, después al fondo de la olla vacía, y, por último, á su mujer.

Cuando pagué mi pasaje continuó Goycochea no me quedaba nada, absolutamente nada, ni dos reales. ¡Para lo que me hubiese servido el dinero en aquel barco!... La comida era poca y pésima; la galleta tenía gusanos y había que tragarla sin verla; en el rancho nadaban al principio unas piltrafas de tocino; luego, alubias solas.