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Ella lo sabía muy bien, y, sin embargo; en los momentos en que su miserable conciencia no estaba amodorrada, el sentimiento de sus necesidades y de su degradación se transformaba continuamente en acritud contra Godfrey. El vivía en la holgura, él, y si sus derechos de esposa fueran reconocidos, ella también viviría rodeada de comodidades.

No sabría yo decir si el músico que tocaba el biniou hacíalo con arte, pero a lo menos tocaba con tales bríos, arrancaba al instrumento sonidos tan ampliamente prolongados, tan penetrantes y que desgarraban con tal acritud el aire sonoro y encalmado de la noche, que no me causaba asombro ya el que semejante ruido nos hubiese llegado desde tan lejos: en media legua a la redonda podía ser oído, y las muchachas del llano debían, sin duda, soñar contradanzas en sus respectivos lechos.

A las seis me iba yo a la plaza para oír a la señorita Fernández; pero cuando la discusión se prolongaba hasta las siete, me hacía yo el sueco y me quedaba oyéndola. Un día Quintín estaba de vena. Se hablaba de las costumbres de Villaverde. Porras las censuraba con la mayor acritud; el abogado las defendía, y Linares decía que habían variado mucho, y que él no se explicaba el cambio de ellas.

Pero, desgraciadamente, hacía ya mucho tiempo que le adornaban estas buenas cualidades... porque tenía 67 años, con un aditamento de varias heridas y reumatismo, a lo que había que agregar la gota con todas sus prerrogativas, es decir, la impaciencia, la acritud y un humor endiablado: fuera de esto, era extremadamente amable siempre que no estaba enfermo... y solía estarlo diez meses al año.

El Gobierno no hizo el menor caso de aquellas dos ruinas: el castillo y su comandante. Don Modesto era sufrido; conque acabó por someterse a su suerte sin acritud y sin despecho. Cuando vino a Villamar, se alojó en casa de la viuda del sacristán, la cual vivía entregada a la devoción, en compañía de su hija, todavía joven.

No es cierto; pero está muy bien la modestia, unida a la hermosura y al talento. No; si ya de sobra que no tengo talento. No te mortifiques en decírmelo. Hija, te acabo de manifestar lo contrario... En el tono displicente de Fernanda iba entrando un poco de acritud. En el del conde, pausado, ceremonioso, se advertía leve matiz de ironía. Vamos, entonces te he entendido al revés.

Yo me veía acosado por todas partes, me trataban todos aquí con acritud ó menosprecio. Usted sola alzó la voz, y la ha alzado varias veces después en favor mío, para decir que no era yo tan malo como creían. ¿cree usted que yo he olvidado, que podría, olvidar eso? No, señora. Yo seré todo lo que quieran; pero no soy ingrato.

La joven vió como se alejaba su novio, humillado y cabizbajo. Después subió á su cuarto, esperando de un momento á otro la temible aparición de su madre encolerizada. No subió. Pepita creyó oír á lo lejos su voz temblona de ira y la del aña que le contestaba con no menos acritud.

El tío le rebatía con acritud y calor, alzando al cielo las gigantescas manos. Hay que juzgar con la experiencia, con la sensatez. Créame usted, tío, en todas partes hay bobalicones que se maman el dedo.... ¡Vaya si los hay!

Esta es la historia de la pobre anciana; a esto se atribuía su cambio de carácter, la melancolía de su rostro sus vestidos de luto, su acritud y su aspereza aparentes. «Es una rosa, decía don Basilio, ¡una rosa que de un día para otro se convirtió en cardo