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Como ellos, aspiré con delicia el poco de aire puro que caía de las alturas del bosque al campo Quemado. Elena, mientras tanto, seguía inclinada sobre aquel semicadáver, cuyo pecho huesudo estaba sacudido por un hipo siniestro. Había echado un poco de vino en una taza desportillada, y con el brazo alrededor del cuerpo de la Briffarde, estaba humedeciendo sus secos labios.

Se desloma uno sobre el yunque, suda el quilo, gasta su juventud, y cuando la mano tiembla y el cuerpo no puede tenerse en pie, alcanza el fruto de su trabajo, ¿de qué le sirve entonces? ¡para pagarse el responso y hacer gozar a los demás! No se vería él en ese espejo. Mascar mientras haya dientes, porque a boca desportillada sabe mal el mejor bocado.

Salió con una escudilla desportillada en la mano, llena de morena melaza, y arrimando al fuego un pucherito donde estaba ya la cascarilla, le añadió en debidas proporciones azúcar y leche, y volviose al cuarto del portal con una taza humeante y colmada a reverter. En el fondo del cacharro quedaba como cosa de otra taza.

Llega á su casa el Tuerto. (Y adviértase que el humo se va disipando, y no impide ya que yo vea la escena, con todos sus pormenores.) Quítase el sueste, ó sombrero embreado, de la cabeza; coloca sobre un arcón viejo el impermeable de lona que llevaba al hombro, y cuelga de un clavo un cesto cubierto con hule y lleno de aparejos de pescar. Su mujer desocupa en una tartera desportillada un potaje de berzas y alubias, mal cocido y peor sazonado; pónelo sobre el arcón, y junto á él un gran pedazo de pan de munición. El Tuerto, sin decir una sola palabra, después que sus hijos han rodeado la tartera, empieza á comer el potaje con una cuchara de estaño. Su mujer y los chicuelos le acompañan, por turno, con otra de palo. Conclúyese el potaje. El Tuerto espera algo que no acaba de llegar; mira á la tartera, después al fondo de la olla vacía, y, por último, á su mujer.

En el suelo, sobre viejas lonas, esparcíanse los más heterogéneos objetos: espadas con fundas de terciopelo que habían servido en los teatros, machetes cubanos, sables corvos de la Milicia Nacional, loza desportillada, saleros rotos, vasos de porcelana remendados con groseras lañas, viejas litografías de vidrios empolvados representando las desdichas de Atala o las hazañas de Hernán Cortés, lienzos embetunados, en cuya negrura distinguíase una pincelada roja que era una pierna, una mancha amarilla que era una calva.

Se quitó la pipa de la boca después de restregarse ambas manos contra el pantalón; golpeóla boca abajo sobre la uña del pulgar de la izquierda, y me enseñó en una sonrisa toda la caja desportillada de sus dientes. Era un vejete de rostro plácido y greñas muy canas, algo atiplado de voz y muy duro de «bisagras»; es decir, torpe de todos sus movimientos.

Sobre algunos ahumados y dentados ladrillos, descansa un tosco cañón de hierro de gran calibre. Su. ánima está destrozada, el herrumbre cubre su áspera superficie, y en su desportillada boca relucen en las horas de sol los ojillos de los verdes lagartos, que buscan la vida, en la que fué recámara de la muerte.

Llega á su casa el Tuerto. (Y adviértase que el humo se va disipando, y no impide ya que yo vea la escena, con todos sus pormenores.) Quítase el sueste, ó sombrero embreado, de la cabeza; coloca sobre un arcón viejo el impermeable de lona que llevaba al hombro, y cuelga de un clavo un cesto cubierto con hule y lleno de aparejos de pescar. Su mujer desocupa en una tartera desportillada un potaje de berzas y alubias, mal cocido y peor sazonado; pónelo sobre el arcón, y junto á él un gran pedazo de pan de munición. El Tuerto, sin decir una sola palabra, después que sus hijos han rodeado la tartera, empieza á comer el potaje con una cuchara de estaño. Su mujer y los chicuelos le acompañan, por turno, con otra de palo. Conclúyese el potaje. El Tuerto espera algo que no acaba de llegar; mira á la tartera, después al fondo de la olla vacía, y, por último, á su mujer.