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Y ciento diez, ciento y trece justos ... hasta doscientos que debían de ser, ¡tiña!, mira si me falta dinero.... Y no te canses, Bolina, que cuando yo digo una cosa, ¡tiña!... Pero, peazo de animal, déjame acabar.... Si too lo embrollas. ¿Quién te ha dicho á ti que ciento diez riales y tres duros son ciento y trece riales?

Al día siguiente, mis inquietudes habían desaparecido a pesar de todo, pero por la tarde recibí una larga misiva de mi cura, llena de buenos consejos y con este final: «Reinita: tu carta ha venido a consolarme y alegrarme en mi soledad, te ruego que no te canses de escribirme. No que hacerme sin ti, y no voy al Zarzal, de miedo de llorar como un niño.

A lo cual el renegado, sin aguardar que Zoraida le respondiese, le respondió: ''No te canses, señor, en preguntar a Zoraida, tu hija, tantas cosas, porque con una que yo te responda te satisfaré a todas; y así, quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va aquí de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida y de la pena a la gloria''. ¿Es verdad lo que éste dice, hija?, dijo el moro.

Hablando con él una mañana de aquellos días tan crudos, y solos los dos en la cocina, que era su ordinario paradero entonces, yo animándole como podía y él conociendo la endeble calidad de mis estimulantes, acabó por decirme: No te canses, Marcelo: este ujano que me roe es más fuerte que y yo juntos, por grandes que sean tus cuidados y por dura que haya sido mi correa.

Eres una manirrota la decía , como toda tu casta, y vas a dejar a tu hija en la miseria, después de quererla tanto, o te falta juicio, o te sobra amor. Elige. Me falta juicio respondió la marquesa. Pues recóbrale. Que me le devuelva quien me enseñó a perderle. No te canses en predicarme, porque por donde quiera que tomes el punto, estás desautorizado para ello.

Si yo fuese blanda, el tío Polo no saldría nunca de aquí. Le tiene ley a lo que guiso... Y en cuanto a abundancia, ¡echa y no te canses! Todos los días hay rancho para un regimiento... ¡Y los chascos son buenos! A lo mejor, crees estar comiendo alubias, y te tropiezas con un pedazo de bisté.

A la entrada del cual, según dice Cide Hamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos, y el uno dijo al otro: -No te canses Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida. Oyólo don Quijote, y dijo a Sancho: ¿No adviertes, amigo, lo que aquel mochacho ha dicho: ''no la has de ver en todos los días de tu vida''?

Y añadía con expresión cariñosa, que contrastaba con su carácter rudo y taciturno: Ven, Gabriel: te esperamos en mi casa. Cuando te canses de hacer compañía a tu sobrina y de oír a ese loco de don Luis, sube un rato. No podemos pasar sin tu palabra. Don Martín está entusiasmado desde que te oyó la otra tarde. Desea verte; dice que iría de un extremo a otro de Toledo por escucharte. Quiere que le avise así que te decidas a reunirte con los amigos; y eso que don Antolín, hablando con él, te puso de loco y de hereje que no había por dónde cogerte...

Quiero que seas leal conmigo, como yo lo soy contigo. En cuanto te canses avisas... Aquí no me entres a ningún hombre, porque si algún día descubro gatuperio, me marcho tan calladito y no me vuelves a ver... Lo mismo haré si lo descubro fuera. Si te portas bien, no dejaré de protegerte, ni aun en el caso de que me fuera preciso dejarte».

Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por lo que a ti te toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a me conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque. me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la quieres quitar a está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su mesma deshonra. Y de aquí nace lo que comúnmente se platica: que el marido de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de redundar en tu provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que, estando durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo: