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El tío Tremontorio, sin levantar los ojos de su labor, le despide canturriando con su áspera voz esta copleja: «Por goloso y atrevido muere el pez en el anzuelo; porque yo no soy goloso en paz y libre navegoSuponte ahora, lector, que estamos en un día de fiesta. ¡Bolina!... ¡Bolina! grita la voz de Tremontorio. ¿Qué hay? responde Bolina saliendo al balcón.

Cayó entonces sobre el viajero un chaparrón de preguntas, no relativas a su estancia en Inglaterra, sino todas ellas referentes al viaje por mar. «¿Qué tal el viento? de bolina siempre, ¿verdad?... ¿No se os cayó alguna vez? El barco no cabecearía mucho; viene bien cargado... ¿Y las corrientes?

Ni rastros quedaban allí de la gente que yo iba buscando. Pregunté por ella á un antiguo convecino, y me dió estas noticias solas: Al año de marcharse el Tuerto, que aún andaba en la Armada, murió de viejo su padre, el tío Bolina; y la viuda de éste, seis meses después, de soledad ... y también de vieja. Entonces recogió la sardinera sus hijos, y desapareció con ellos de la casa y de la calle.

Más adelante, los Guaycurús, gente valerosísima, pero jurados enemigos del nombre de Cristo y de los españoles, en todos tiempos y lugares, por gran espacio del camino, de día y de noche, les disputaron el paso con las armas y estuvieron siempre á la mira para ver si podían dar sobre ellos y apresar el barco, y ó prender ó matar á los pasajeros; y una vez, á no haberse, por misericordia de Dios, levantado de repente un viento que llevó la embarcación á otro paraje, hubieran caído infaliblemente en sus manos, dando en una celada de centenares de dichos Guaycurús, que, escondidos en el agua hasta la garganta, esperaban para dar en ellos, á que el barco se pusiese á la bolina para pasar una estrechura, que por haber bajado la creciente, era muy difícil de montar.

El padre del Tuerto, tío Bolina llamado, porque siempre al andar se ladeó de la derecha, sigue, á pesar de sus años, bregando con la mar, como el tío Tremontorio; y no por afición á ella, como diría muy serio un poeta del riñón de Castilla ó de la Mancha, acostumbrado á mandar las maniobras y á conjurar tormentas des de un escenario, ó en el estanque del Retiro, sino porque viven de lo que pescan, y sólo pescan para vivir exponiendo la vida cien veces al año en el indómito mar de Cantabria, sobre una frágil lancha.

El tío Tremontorio trabajaba en sus redes al balcón algunas veces, pero siempre mudo y silencioso, cual era su carácter cuando sus convecinos le dejaban en paz y entregado á sus naturales condiciones. Los dos viejos del segundo piso se daban muy pocas veces á luz, y en algunas de ellas vi enrojecidos los arrugados y enjutos párpados de la mujer de Bolina.

En seguida viró en redondo, con la calma y la solemnidad de un navío de tres puentes; se encerró en su guarida, tendióse sobre el jergón, y así le cogió la noche. También había vuelto del Muelle el tío Bolina, y encerrado estaba en casa con su mujer y sus nietezuelos, desnudos, sucios y medio atolondrados desde la despedida de su padre, el atribulado Tuerto.

Pocos minutos después estaba en la calle, con su lío al brazo, en compañía de Bolina y Tremontorio. Los tres iban cabizbajos, taciturnos y caminando con repugnancia. Casi al mismo tiempo que ellos en la calle, aparecieron en sus respectivos balcones la mujer de Bolina, rodeada de sus nietos, y la del pobre Tuerto, sola, desgreñada y dando alaridos de desconsuelo.

Y ciento diez, ciento y trece justos ... hasta doscientos que debían de ser, ¡tiña!, mira si me falta dinero.... Y no te canses, Bolina, que cuando yo digo una cosa, ¡tiña!... Pero, peazo de animal, déjame acabar.... Si too lo embrollas. ¿Quién te ha dicho á ti que ciento diez riales y tres duros son ciento y trece riales?

No se ve la escena, porque lo impide el humo de la cocina que sale á borbotones por el balconcillo, conductor único que para él hay en la casa. La mujer del tío Bolina está clavando unas rabas de pulpo en la pared de su balcón, para que se oreen.