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A esto dijo el cura: -Aun bien que yo casi no he hablado palabra hasta ahora, y no quisiera quedar con un escrúpulo que me roe y escarba la conciencia, nacido de lo que aquí el señor don Quijote ha dicho. -Para otras cosas más -respondió don Quijote- tiene licencia el señor cura; y así, puede decir su escrúpulo, porque no es de gusto andar con la conciencia escrupulosa.

Sin ser rigurosamente viuda, tiene un hijo, gordo también, que se roe las uñas y estudia en el Instituto. Se llama Joaquín, y por ternura Quinito; sufrió en esta primavera no qué grave enfermedad que le obliga a tomar interminables horchatas y baños de asiento, y está destinado por doña Paulina a la burocracia, que considera, con mucha justicia, la carrera más segura y más fácil.

Y para entretener por alguna hora La hambre que ya roe nuestros huesos, Hareis descuartizar luego á la hora Esos tristes Romanos que están presos, Y sin del chico al grande hacer mejora, Repartanse entre todos, que con esos Será nuestra comida celebrada Por estraña cruel necesitada. Amigos, qué os parece? estais en esto?

Hasta en los sitios donde las murallas lo han dominado, al parecer, no cesa su trabajo de reforma: ataca á la piedra, roe lentamente sus cimientos, mina los asientos, y, en un momento dado, hunde la muralla y queda libre errando por los campos.

Busco entretanto cómo explicarme la nube de sombría preocupación que cubre su frente sin cesar, la severidad altiva y desconfiada de su mirada, y la amarga sequedad de su lenguaje. Me pregunto, si son estos los rasgos naturales de un carácter extravagante y variable; ó los síntomas que algún secreto tormento, de remordimientos, de temor ó de amor, lo que roe su noble corazón.

Poseía sobre el espíritu de la señorita Margarita y sobre el de su madre, el imperio natural del disimulo sobre el candor; gozaba cerca de ellas de toda la confianza que nace de un largo hábito y de una intimidad cotidiana y sus amas, para emplear su lenguaje, no podrían sospechar bajo las exterioridades de graciosa jovialidad y de obsequioso agasajo, de que se rodea con un arte consumado, el frenesí de orgullo y de ingratitud que roe á aquella alma miserable.

Se principia por un chocolate serio que preside el Alcalde acompañado de toda la colonia española, y concluye con las heces del coquillo que apura el tanor, y los últimos huesos que roe el pretendiente á cuadrillero. Desde el chocolate al hueso, desfilan en perfecto orden de categorías, todos los que existen en el pueblo.

En el combate del mar con la tierra, en unas partes el mar roe la costa, transformándola en acantilado, haciéndola desmoronarse; en otras, por el contrario, la tierra avanza; la arena se convierte en duna; la duna se defiende con sus hierbas, con sus algas; resiste el empuje del mar, se consolida y se afianza como terreno fuerte.

Pese al Tiempo que roe y a la Envidia que seca, y a los odios terrenos que al olvido condenan fraternales abrazos, en el noble plumón de las águilas blancas hay el sello latino de una estirpe por algo elegida, que ni es Roma ni es Grecia; ni es Cartago ni es Nínive, es Iberia... y es Dios!

La tisis, la viruela, vómitos que duran seis meses, úlceras, lepra, un gusano que llaman richta, que roe a las personas, y para extirparlo se... Basta, Reina, basta. Déjanos almorzar tranquilos. ¿Qué queréis tío? La Tartaria me atrae. ¿Y a vos? pregunté al barón. Lo que decís de ella, no es muy halagüeño. Para los que no tienen sangre en las venas respondí despreciativamente.