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Las señoritas hacían labor con su aya Miss Old-Cheese, ratona inglesa muy ilustrada, y la señora de Pérez bordaba para su marido un precioso gorro griego al calor de una chimenea en que ardía alegre fuego de rabitos de pasas. Sirvieron el Adelaida y Elvira en primorosas tazas de cáscaras de alubias, y luego se hizo un poco de música.

La nodriza que me había dado, joven y desgraciada víctima de una inclinación engañadora, pasó por mi madre y su esposa. Unicamente la señora Adelaida estaba en el secreto. »Así fui educada y, a decir verdad, mi infancia no transcurrió sin alegrías.

Una magnífica esfera geográfica, colocada al extremo del salón, parecía preguntarse cuál era su objeto y destino en semejante lugar; y en cambio, los retratos de las dos hermanas de Luis XVI, Victoria y Adelaida, damas tradicionales de Vichy, sonreían, empolvada la cabellera, rosadas y benévolas, presidiendo el certamen de frivolidad continua celebrado a honra suya.

Ahora podemos aproximarnos tanto como ustedes quieran añadió a modo de explicación. Seguramente es un hijo de San Nicolás dijo en voz baja Adelaida, ¿no podríamos pedirle noticias de su padre? ¡Silencio! dijo Catalina con decisión, puede que sea un ángel. Y con deliciosa incoherencia perfectamente comprendida por su femenil auditorio, prosiguió: Estamos hechas tres visiones.

No nos sería posible ya atravesar otra vez el campo dijo Adelaida. Parémonos, pues, en la primera casa repuso aquella. La primera casa dijo Adelaida, mirando a través de la naciente oscuridad, es del squire Robinson dijo y echó a Carolina una mirada picaresca que hasta en su inquietud y miedo hizo que las mejillas de la niña se tiñeran de carmín. ¡Eso es!

En cuanto a la señora Adelaida, había levantado a Adela, e incapaz de expresar de otro modo su alegría, sollozaba estrechándola contra su corazón, mientras que Adela, confusa, ocultaba entre sus brazos su rubor modesto y su conmovedora emoción.

Adela me escuchaba con emoción, porque sus mejillas estaban muy animadas, pero en vano he tratado de encontrar su mirada. La señora Adelaida sonreía al principio, pero después su fisonomía ha adquirido un carácter más grave.

Habló también de su familia, que no era muy numerosa: dos hijas, ya casaderas, Adelaida y Elvira, y un hijo adolescente, Adolfo, que seguía la carrera diplomática, en el cajón mismo en que el Ministro de Estado guardaba sus notas secretas. De su mujer habló poco y como de paso, por lo cual sospechó el Reyecito que habría allí alguna messa allianza, ó quizá disensiones matrimoniales.

La señora Adelaida está enclavada en la cama por una extraña enfermedad que mina y consume su vida y que, quizás, arrebatará bien pronto al mundo los ejemplos de su santa existencia. He conseguido que me introdujesen en su habitación o, mejor dicho, en la modesta celda que ella misma se ha asignado en el castillo. Estaba acostada, pero vestida, con las manos cruzadas sobre el pecho.

Además, no apareció con el nombre de su autor sino con el seudónimo de «Adelaida Ral», y esto hubiera hecho aun más difícil su hallazgo.