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Lo que había de más positivo sobre todo para quienes mi porvenir hubiera podido ser objeto de atención, es que aquella manera de vivir mal llamada sana y vigorizadora, constituía una pésima forma de educación.

Empezaba a hablar con desprecio de «la carrera». En una Legación, el ministro, que había alcanzado sus ascensos, antes de que se inventasen las máquinas de escribir, por el primor caligráfico con que copiaba los protocolos, decía a Ojeda con irónica superioridad: «¡Qué letra tan pésima la suya!... ¿Y usted hace versos? ¿Y usted presume de literato?». Otros jefes le echaban en cara sus aficiones «ordinarias», su marcada intención de evitar las reuniones entonadas del mundo diplomático para juntarse con la bohemia del país, juventud melenuda que recitaba versos y discutía a gritos, en torno de los ajenjos, bajo nubes de tabaco.

Sus descuentos tienen esas alegrias, le dixe yo, que tal vez suele ser la comedia tan pesima, que no hay quien alce los ojos á mirar al poeta, ni aun él pára quatro calles del coliseo, ni aun los alzan los que la recitaron, avergonzados y corridos de haverse engañado y escogidola por buena. Y vm. señor Cervantes, dixo él, ha sido aficionado á la caratula? ha compuesto alguna comedia?

Era mi tía la mujer más desagradable del mundo y yo la hallaba pésima, en la medida de lo que podía juzgar mi entendimiento que aun no había visto ni comparado nada. Su fisonomía era angulosa y vulgar, su voz chillona, su andar pesado y su estatura ridículamente alta. A su lado, yo parecía un pulgón, una hormiga.

En cambio, confesaba, avergonzada, que ciertas melodías de zarzuela y muchas canciones populares la encantaban. Otra cosa no confesaba, aunque no era menos cierta. La música que algunas veces acompaña a los entierros, que por regla general es pésima y compuesta casi exclusivamente de instrumentos de bronce, la conmovía profundamente hasta hacerle derramar lágrimas.

La adquisición del agua costábales grandes esfuerzos en aquella altura. Su marido pasaba el día bajando y subiendo el cerro para llenar dos cubas en la fuente de la carretera. Después, la nodriza habló de la pésima marcha de sus negocios. Iban a perder los ahorros que su marido, el pobre músico, había hecho en el ejército.

A la vista salta que la naturaleza y la realidad no son en el sistema de Zola y sus discípulos más que un par de testaferros, tras de los cuales se oculta un romanticismo enfermizo, caduco y de mala ley, donde, por sibaritismo de estilo, se rehuye la expresión natural, que suele ser noble, y se persigue con pésima delectación y artificio visible la expresión más violenta y torcida, por imaginar los autores que tiene más color. ¡Y cuánto suelen engañarse!

La tiene Vuestra Alteza, respondieron los gascones, aunque sin ocultar que lo hacían de pésima gana. ¡Y ahora, á la sala del banquete! prosiguió Eduardo. Ahoguemos hasta el último recuerdo de esta contienda en unos cuantos frascos de buena malvasía.

Una selva de escolleras madrepóricas que los zoófitos extienden cada vez más y que van gradualmente subiendo hasta la superficie del agua, y un caos de islotes y de islas que hacen dificilísima la navegación, hasta a los barcos de más pequeño calado: tal es el Estrecho. Además, los habitantes de aquella tierra tienen pésima fama.

Esta pésima costumbre, que ya estaba casi desterrada, vuelve a renacer ahora en forma alarmante. ¿Qué móvil puede guiar a la mujer que se pinta? ¿Engañarse a misma? Esto es pueril, pues dentro de nuestra propia conciencia sabemos que la belleza pintada suponiendo que esta pintura lo sea es una belleza pegadiza, falsa, histriónica.