United States or Botswana ? Vote for the TOP Country of the Week !


Llegó la tarde, fría, brumosa y tétrica; subió el vecindario en masa, pedregal arriba, detrás del Cura con ornamentos negros, precedido del estandarte de las «Ánimas» y de un crucifijo grande; resonaron en el estragal, entonadas por voces bien avenidas con la sonora de don Sabas, lamentaciones terribles del santo Job, el mayor poeta fúnebre de que hay noticia en la tierra; bajóse el féretro entre nuevos llantos y gemidos; y andando, andando con él hacia el pueblo la luctuosa procesión el camino que había andado poco antes hacia arriba, llegamos al campo santo después de una detención breve a la puerta de la iglesia, para que el hijo fiel y sumiso recibiera de su Madre cariñosa la bendición de despedida.

Con esto consiguió adquirir en la villa cierta celebridad que acabó de exasperarla. Un solo ejemplo dará la medida de la altura a que había llegado la insensatez de Juana. Menudeaban allí los bailes y las recepciones entonadas, a maravilla; y, naturalmente, nadie se acordaba de invitar a la tabernera. Pues estas desatenciones sacaban de quicio a Juana.

Entonadas hidalgas, ya caminasen a pie ya a las ancas de una mula que montaba y dirigía respetable escudero, ya en soberbios y dorados palanquines, solían llevar lucido séquito de dueñas, lacayos y pajes para mayor autoridad y decoro. Los magnates y señores ricos se mostraban cabalgando en hermosos caballos con ricos jaeces y con numerosa comitiva de criados y familiares de sus casas.

Entre tanto hizo el P. Zea enarbolar una cruz en un alto, y puestos todos de rodillas delante de ella, la adoraron; y entonadas las letanías de la Virgen, puso aquel pueblo debajo del patrocinio y tutela de nuestro Padre San Ignacio, cuya advocación le dió.

A todo esto, el invierno se había acabado; los salones se cerraban; las tertulias se deshacían; en el Real había terminado su temporada la compañía de celebridades italianas, cuyos gorgoritos había pagado la gente rica con sumas increíbles, y las que querían aparentar que también lo eran, con el fondo del baúl, las rebañaduras de la despensa y con algo más sagrado que no se recobra jamás una vez que se ha vendido; y «el mundo elegante», sin salones, sin tertulias y sin Real, dispersábase errabundo y como desorientado, a tomar el sol, como los simples mortales, por las encrucijadas del Retiro y los amplios arrecifes del Prado y de la Fuente Castellana; paréntesis de hastío en la alegre vida de las gentonas pudientes, que sólo había de durar el tiempo preciso para que el calorcillo primaveral templara el ambiente serrano y se bebiera las charcas del camino por donde habían de ir desfilando aquéllas en busca de sus costosas, pero entonadas, residencias de verano.

Su estatura le permitía abarcar con los ojos la mayoría de sus barrios. El halo rojo de la iluminación duró hasta altas horas de la noche. Llegaba á sus oídos el vocerío de la inmensa muchedumbre, sus aclamaciones entusiásticas, las canciones patrióticas entonadas á coro y el estruendo enardecedor de las músicas militares.

En el aire flotaban los efluvios de dos toneles de vino que ya iban quedando exangües, y el vaho del estofado, y el olor de las viandas frías. Oíanse canciones entonadas con voz vinosa, y llantos de niños, de los cuales nadie se cuidaba. Componíase el círculo en que figuraba Amparo de muchachas alegres, que habían esgrimido briosamente los dientes contra una razonable merienda.

»La música, reducida primero á la guitarra y al canto de algunas jácaras entonadas por ciegos, admitió ya el artificio de la harmonía, cantándose á tres y á cuatro, y el encanto de la modulación, aplicada á la representación de algunos dramas, que del lugar en que más frecuentemente se oían tomaron el nombre de zarzuelas.

En las siguientes filas estaban las educandas de doce y trece primaveras, presumidillas, entonadas; y detrás de estas las señoritas que frisaban con los quince, flor y nata de la hermosura vetustense algunas de ellas, casi todas iniciadas en los misterios legendarios del amor de devaneo, muchas próximas a la transformación natural que revela el sexo, y dos o tres, pequeñas, pálidas y recias, mujeres ya, disfrazadas de niñas, con ojos pensadores cargados de malicia disimulada.

Empezaba a hablar con desprecio de «la carrera». En una Legación, el ministro, que había alcanzado sus ascensos, antes de que se inventasen las máquinas de escribir, por el primor caligráfico con que copiaba los protocolos, decía a Ojeda con irónica superioridad: «¡Qué letra tan pésima la suya!... ¿Y usted hace versos? ¿Y usted presume de literato?». Otros jefes le echaban en cara sus aficiones «ordinarias», su marcada intención de evitar las reuniones entonadas del mundo diplomático para juntarse con la bohemia del país, juventud melenuda que recitaba versos y discutía a gritos, en torno de los ajenjos, bajo nubes de tabaco.