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En cuanto al amor romántico, si bien comenzaba en la forma más pura y conceptuosa, solía degenerar en afecto clásico; porque, a decir la verdad, la imaginación de aquellos soñadores era mucho menos fuerte y constante que la natural robustez de los temperamentos, ricos de sangre por lo común; y el ciego rapaz, que nunca fue romántico, hacía de las suyas como en los tiempos del Renacimiento y del mismo clasicismo, y como en todos los tiempos; y, en suma, según confesión de todos los tertulios de la tienda de Cascos, la moralidad pública jamás había dejado tanto que desear como en los benditos años románticos; los adulterios menudeaban entonces; los Tenorios, un tanto averiados, que quedaban en la ciudad, en aquella época habían hecho su agosto; y en cuanto a jóvenes solteras y de buena familia, se sabía de muchas que se habían escapado por un balcón, o por la puerta, con un amante; o sin escaparse se habían encontrado encinta sin que mediara ningún sacramento.

Quiero ir hacia el Congreso declaró ella. Ya..., ¿para ver si se arma?... No nos metamos en apreturas, hija, no sea que por artes del demonio...». Menudeaban los grupos, todos pacíficos. No eran hordas de descamisados, sino bandadas de curiosos. Se oía decir aquí y allí: «La República, la República», pero sin gritos ni amenazas. Se hablaba con frialdad de aquella cosa grande y temida.

Unas se agachaban resguardándose tras el barandal de fábrica cuando venía la pedrada; otras asomaban la cabeza un momento y la volvían a esconder. Los proyectiles menudeaban, y con ellos las voces de aquella endemoniada mujer. Parecía una amazona.

Los registros en las casas menudeaban como en tiempo de los españoles y las avanzadas de las fuerzas americanas invadían nuestras líneas, provocando á nuestros centinelas; en fin sería darle á este escrito una extensión desmedida si yo continuara relatando uno á uno los abusos y atropellos cometidos por la soldadesca americana en aquellas días de ansiedad general.

Teníale el rey empleado en sus galeras, y aunque menudeaban las cartas cuanto era posible, del afán de una carta esperada pasaba mi madre al del recibo de otra, y tanto más, que estaba en cinta de , y el tiempo pasaba, y temía mi madre que mi vida fuese para ella la muerte, y muriese sin volver a ver a su esposo.

Con esto consiguió adquirir en la villa cierta celebridad que acabó de exasperarla. Un solo ejemplo dará la medida de la altura a que había llegado la insensatez de Juana. Menudeaban allí los bailes y las recepciones entonadas, a maravilla; y, naturalmente, nadie se acordaba de invitar a la tabernera. Pues estas desatenciones sacaban de quicio a Juana.

Su honradez grande, su puntualidad y su celo le granjearon crédito tal, que llovían comisiones, menudeaban encargos, y caían en la bolsa, como apretado granizo, reales, pesos duros y doblillas en cantidad suficiente para que, al cabo de quince años de llegado a la corte, pudiese Joaquín estrechar lazos eternos con una conterránea suya, doncella de la esposa del magnate y señora tiempo hacía de los enamorados pensamientos del portero; y verificado ya el connubio, establecer surtida lonja de comestibles, a cuyo frente campeaba en doradas letras un rótulo que decía: El Leonés.

Basilio observaba tambien que las iluminaciones decaían, que las estrellas se eclipsaban y aquel año tenían menos perendengues y colgajos que el anterior, y éste menos que el otro aun... Apenas había música en las calles, los alegres ruidos de la cocina no se dejaban oir en todas las casas y el joven lo atribuyó á que hacía tiempo todo iba mal, el azúcar no se vendía bien, la cosecha del arroz se había perdido, se había muerto más de la mitad de los animales y las contribuciones subían y aumentaban sin saberse cómo ni por qué, mientras que menudeaban los atropellos de la Guardia Civil que mataba las alegrías en los pueblos.

Ello es que estas caricias menudeaban tanto, que no hago memoria de si recibí alguna en aquella ocasión: lo que recuerdo es que mi señor, a pesar de haber redoblado sus amabilidades, no consiguió ablandar a su consorte. No he dicho nada de mi amita.

Conforme adelantaba la lección de comer, y menudeaban las reprimendas y castigos, Cónsul se ponía más huraño y nervioso, gruñendo sordamente con los dientes apretados.