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Y lo peor era que la adornaba con tales gorgoritos, con tan descabelladas florituras, con cadencias tan detestables, y que los versos eran tan malos, que Chateaubriand hubiera podido citar, con harto derecho a juicio de conciliación, al poeta, al compositor y al cantor, como reos de un abuso de popularidad.

El príncipe sintió halagada su vanidad, lo mismo que cuando un artista célebre le saludaba desde la escena y seguía cantando con la mirada puesta en él, para dedicarle sus gorgoritos; lo mismo que cuando, de joven, un matador de toros le dirigía un gesto amistoso antes de dar la estocada final. Alicia parecía brindarle su gloria. Pero inmediatamente volvió á recogerse en su ensimismamiento.

En el fondo no es mala: me ha hecho una cucarda para el sombrero. Lo que ha hecho ha sido burlarse de usted dándole, en lugar de una cucarda, una escarola tamaña plato. ¿Conque no es mala en el fondo, dice usted, la que dejó morir a su padre, que tanto la quería, solo, pobre, olvidado, mientras que ella se estaba haciendo gorgoritos en las tablas? Pero Rosita, si no sabía la gravedad...

¿Minghetti? Eso, Minghetti, eres Minghetti y yo la Gorgoritos.... Minghetti de mi alma, aquí tienes a tu reina de tu corazón, a tu reinecita; toma, toma, quiérela, mímala; Minghetti de mi vida, Bonis, Minghetti de mis entrañas....

El brillo del pectoral de diamantes y de los cristales de sus gafas daba mayor realce y un poder mágico a su palabra sonora, dulce, persuasiva. Cantose después el Te Deum. Los tiples y los bajos de la catedral de Lancia hicieron prodigiosos gorgoritos, que dejaron asombrados a los buenos peñascos.

Se incorpora con gran esfuerzo, canta una romanza con su voz más fuerte y expira entre los aplausos de la sala. Todos los habitantes de Corfú están convencidos de que Juana ha muerto a consecuencia, no sólo de una herida, sino también de una serie de gorgoritos.

Aún no había acabado, y ya comenzaba a sonar otra en diverso sitio, y otra y otra, como si la plaza fuese una gran jaula de pájaros locos que, al despertar con la voz de un compañero, se lanzasen todos a cantar a la vez, en confuso desorden. Las voces de varón, graves y roncas, unían su sombrío tono a los gorgoritos femeniles.

Aquellos gorgoritos de pavo alborotado se los hacía perdonar siempre a fuerza de gracia, amabilidad y chiste. Era un Tenorio aniñado, un niño mozo, pueril hasta para enamorarse: se hacía mimar enseguida, y las mujeres, al quererle, ponían algo de las caricias de madre que todas ellas tienen dentro.

Emma le soltó para decir, poniéndose en pie: Mira, mira, yo soy la Gorgheggi o la Gorgoritos, esa que cantaba hace poco, la reina Micomicona; , hombre, esa que a ti te gusta tanto; y para hacerte la ilusión, mírame aquí, aquí, aquí tontín; granuja, aquí te digo... las botas lo mismo que las de ella; cógele un pie a la Gorgoritos, anda, cógeselo; las medias no serán del mismo color, pero estas son bien bonitas; anda, ahora canta, dila que , que la quieres, que olvidas a la de Francia y que te casas con ella.... te llamas, ¿cómo te llamas ?... , hombre, el barítono te digo.

Estás divagando, querida. ¿Sabes lo que te espera si desempeñas el papel que te ha aconsejado la camarilla de Freneuse? El presidio, por lo menos, y acaso el patíbulo. ¡Estoy pronta! ¡Vamos á ver, Lea, no estamos representando el cuarto acto de la Hebrea! No se trata ahora de hacer gorgoritos en la cavatina. Aquí todo es real, serio y decisivo.