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Visanteta a la cocina, a dar a la comida el último punto, y ella al salón, a mimar al hombre temible y preparar el golpe para después de la sobremesa. El piano seguía sonando; pero ahora, de la romanza sentimental se había saltado a la ópera. /* Come una damicella mi trovare più bella.... */

Por eso quiero dejarte en buenas manos... No te rías, no; es la verdad, yo tengo que cuidar de todo, lo mismo de pegarte el botón que se te ha caído, que de elegirte la que ha de ser compañera de toda tu vida, la que te ha de mimar cuando yo me muera. ¿A ti te cabe en la cabeza que pueda yo proponerte nada que no te convenga?... No. Pues a callar, y pon tu porvenir en mis manos.

Un minuto después se vio sentado en el confidente de raso azul que había en el tocador de la tiple. Reyes se dejó compadecer, cuidar, mimar podría decirse, y no tuvo valor para negar el accidente. ¿Cómo decir que se había caído al suelo de gusto, de amor, no derribado por aquella decoración de monte espeso? Serafina parecía adivinar la verdad en los ojos de su apasionado.

Hasta tal punto parecía celoso el pintor de su dignidad que no podía hacerle el más corto obsequio sin que al día siguiente se viera regalada con otro de más precio. Sin embargo, con el tiempo fue cambiando este modo de ser, se dejó mimar y regalar sin protesta, comía casi a diario en casa de ella y aceptó por fin que Elena abonase los gastos de un viaje que hicieron por Francia y Alemania.

Pues es fácil que se aburra pronto dijo un amigo de Rafael. ¡Si cree que aquí la van a admirar y mimar como en el extranjero!... ¡La hija del doctor Moreno! ¡del médico descamisado, como le llama mi padre! ¿Han visto ustedes qué personajes?... Y luego, ¡con una historia!

Aquellos gorgoritos de pavo alborotado se los hacía perdonar siempre a fuerza de gracia, amabilidad y chiste. Era un Tenorio aniñado, un niño mozo, pueril hasta para enamorarse: se hacía mimar enseguida, y las mujeres, al quererle, ponían algo de las caricias de madre que todas ellas tienen dentro.

La concurrencia crecía cada año, y era forzoso apelar al reclamo, recibir y expedir viajantes, mimar al público, contemporizar y abrir cuentas largas a los parroquianos, y singularmente a las parroquianas.

Todas las compañías, hasta la de su tío, le molestaban menos la de ella. Aunque estuviese entregado a una meditación dolorosa, y las lágrimas corriesen por sus mejillas escaldándolas, la aparición de Cecilia en su cuarto, obraba como un calmante, suavizando su dolor. Cedía a sus consejos con respeto, y se dejaba guiar y mimar por ella como un niño enfermo.

Existía un ser humano a quien podía mimar y acariciar a mi gusto, y como entonces nada nos separaba ya, dediqué a mi hermana toda la ternura que durante tanto tiempo había dormido inactiva en el fondo de mi alma.