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En cuanto a Chateaubriand, no había que hacer caso de él. Todo eso de hacerse monja sin vocación, estaba bien para el teatro; pero en el mundo no había Manriques ni Tenorios, que escalasen conventos, a Dios gracias. La verdadera piedad consistía en hacer feliz a tan cumplido y enamorado caballero como el señor Quintanar, su paisano y amigo». Ana renunció poco a poco a la idea de ser monja.

El nombre de Saint-Pierre recuerda siempre el del más ilustre prosista de nuestros tiempos, el de Chateaubriand, y cuando se pasa revista a los tipos en literatura, no es permitido olvidar a René, imponente y magnífica creación, en la cual el genio ha depositado el secreto de nuestra civilización expirante.

Estos pocos renglones son dignos de figurar en las páginas del Genio del Cristianismo del Sr. de Chateaubriand. La publicacion que hacemos de este diario no es mas que una reimpresion del que dió á luz el Padre Charlevoix en su Historia del Paraguay, de donde lo sacó Prevost para su voluminosa Historia de los viages.

En cuanto a política me añadió: Yo y Chateaubriand pensamos de un mismo modo. Y a renglón seguido me habló de los pueblos y de las revoluciones como pudiera de sus amigos de la escuela.

Entre las trufas literarias de Brantôme, de Casanova y de otros del género, Bossuet y Massillon, conservaban la gravedad de las hileras: en las letras, De Laharpe, M. de Bonald, Fontanes y Chateaubriand, daban la nota grave del imperio, mientras que al lado, en ediciones monísimas, brillaban todas las perfumadas indecencias pornográficas del día.

Después, buscando en la biblioteca, halló el Genio del Cristianismo, que fue una revelación para ella. Probar la religión por la belleza, le pareció la mejor ocurrencia del mundo. Si su razón se resistía a los argumentos de Chateaubriand, pronto la fantasía se declaraba vencida y con ella el albedrío.

Milly, 17 de abril de 1810. He pasado sola, en Milly, un día delicioso. Hace un tiempo precioso. Nunca he paseado tanto. He leído el primer volumen de un libro interesantísimo; se titula Itinerario de París a Jerusalén, por M. de Chateaubriand. Es una obra excelente.

La Alhambra está llena de los nombres de viajeros ilustres que no han querido pasar adelante sin enlazar con aquellos grandes recuerdos sus grandes nombres; esto, que es lícito en un hombre de mérito, confesado por todos, es risible en un desconocido, y conocemos un sujeto que se ha puesto en ridículo en sociedad por haber estampado en las paredes de la venerable antigüedad de que acabamos de hablar, debajo del letrero puesto por Chateaubriand: «Aquí estuvo también Pedro Fernández, el día tantos de tal añoSin embargo, la acción es la misma, por parte del que la hace.

Así hay solomillo a la Chateaubriand, salmón a la Chambord, y otros condimentos a la Soubisse, a la Bismarck, a la Thiers, a la Emperatriz, a la Reina y a la Pío IX. Para mayor concisión se suprime el nombre de lo guisado y queda sólo el del personaje glorioso; por donde cualquiera se come un Pío IX o un Chateaubriand, sin incurrir en antropofagia.

Difícil le fue encontrar entre los libros de su padre otros que hablasen, para bien se entiende, de religión. Un tomo del Parnaso Español estaba consagrado a la poesía religiosa. Los más eran versos pesados, obscuros, pero entre ellos vio algunos que le hicieron mejor impresión que el mismo Chateaubriand.