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«Las cartas a Francisca» dijo la de Ribert, frunciendo las cejas, son la propiedad de uno de nuestros novelistas... , señora, pero yo no hablo de Marcel Prevost, sino de las cartas, de las famosas cartas... ¡Niña charlatana! exclamó la de Ribert, cuyo fruncimiento de cejas comprendí entonces.

El casamiento había sido fijado para dentro de un mes; deben hacerse, pues, sin retardo y apresuradamente todos los preparativos. Los ramos de la señora Prevost llegaron regularmente cada mañana; los encajes, las telas, los dijes afluyeron en seguida y fueron expuestos noche á noche en el salón, á los ojos de las alborotadas y celosas amigas.

Y bien, ¿por qué no educar a las jóvenes con arreglo a este nuevo estado de cosas? exclamó la Melanval. Es verdad respondió el cura. Últimamente he leído un artículo de Marcel Prevost... ¡Oh! balbució la Melanval con espanto. Usted lee a Marcel Prevost... ¡Los canónigos leen, pues, a Marcel Prevost! murmuró Francisca con una apariencia de ingenuidad que no engañó a nadie.

El ejemplo más notable que conozco en la edad moderna es el del abate Prevost, cuyas facultades creadoras, á juzgar por las numerosas obras que ha escrito y yacen en el polvo, no rebasaban mucho de la medianía. Un episodio interesante, tal vez de su vida ó de la de algún amigo, le ha llevado á la altura de los dioses mayores de la poesía.

Ya tenemos a Marcel Prevost elevado a la altura de un padre de la Iglesia dijo la abuela descontenta de sus teorías. ¡Si nos vamos a preocupar de la opinión de los literatos modernos!...

Francisca me hacía una pregunta y yo respondo... Los profesores están hechos para responder añadió el cura con una buena sonrisa. Decíamos, pues dijo reanudando el hilo de sus ideas, que Marcel Prevost se ocupaba en la cuestión del celibato y va hasta aconsejar que se eduque a las muchachas para ese estado.

Guardaos de jugar todo vuestro destino a un suceso que no depende de vosotras. Antes de ser esposas, antes de ser casaderas, sois personas; el perfeccionamiento de esa persona depende sólo de vosotras.» ¡Bravo por Marcel Prevost! exclamé con entusiasmo. Todo eso es justamente lo que yo pienso... ¡Y qué bien dicho está!...

Diga usted más bien Marcel Prevost... En cuanto a , te engañas seguramente, abuela. No, no, lo que me digo... Ya estás entusiasmada por las teorías de ese caballero... ¡Ah! qué jóvenes las actuales... ¡Ay! gimió la de Dumais a modo de aprobación. ¿Por qué educar a las jóvenes como se hace ahora? dijo la abuela con más energía.

Estos pocos renglones son dignos de figurar en las páginas del Genio del Cristianismo del Sr. de Chateaubriand. La publicacion que hacemos de este diario no es mas que una reimpresion del que dió á luz el Padre Charlevoix en su Historia del Paraguay, de donde lo sacó Prevost para su voluminosa Historia de los viages.

El inglés Dampierre, según se lee en la historia de los viajes del abate Prevost, se engañó cuando dijo que el abacá era solamente conocido en Mindanao. El abacá se tiñe fácilmente de azul y de encarnado.