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Ya mueren aquí las gentes sin llamarme, tan tranquilas, como si fuesen perros exclamaba indignado. Cada vez hay menos entierros. Ya van al cementerio sin acordarse de don Facundo, escoltados por centenares de badulaques que se pirran por molestar á la Iglesia asistiendo á eso que llaman actos civiles. Señores... ¡entierros civiles en las Encartaciones! ¿Quién podía figurarse que veríamos esto?...

El cortejo entró en el cementerio, pero no por la puerta principal, sino por una especie de brecha abierta en la tapia del corralón inmundo, estrecho y lleno de ortigas y escajos en que se enterraba a los que morían fuera de la Iglesia católica. Eran muy pocos. El enterrador actual sólo recordaba tres o cuatro entierros así.

Ya que hemos visto todo el ceremonial que precede á un casamiento en Tayabas, síganme los lectores que quieran á la cabecera de un enfermo grave, y si muere les daremos á conocer las costumbres que se practican en los entierros. ¿Estamos en camino?

Esos que son entierros baratos, P. Camorra, ¿éh? dijo Ben Zayb. Siempre he dicho yo que son filibusteros los que no pagan entierros pomposos, contestó el aludido riendo con la mayor alegría. Pero ¿qué le pasa á usted, señor Simoun? preguntó Ben Zayb viendo al joyero, inmóvil y meditabundo. ¿Está usted mareado, ¡usted, viajero! y en una gota de agua como esta?

Entonces se consagró por entero a las necesidades de su estado: las misas, bautizos, bodas, confesiones y entierros; la predicación, y el tomar parte a veces en los juegos de sus feligreses, fueron sus principales ocupaciones. Los pocos libros que llevó a su retiro acabaron por servir de peana a una imagen encerrada en una urna: el estudio se le hizo enojoso.

Abde-r-rahman no obstante, como acostumbraba á hacer oficios sacerdotales muchos viernes predicando al pueblo desde el mimbar, ó presidiendo los entierros y recitando las oraciones de ritual sobre los difuntos, merece bajo ambos conceptos el título de Imam que le uno de los historiadores citados por Al-Makkarí. Gayangos en la nota 36, pág. II, lib.

En Bogotá había visto ya entierros de niños en iguales condiciones, cuadro que deja una impresión negra y persistente... Pero ya que estoy descansando bajo este árbol de grata sombra, voy a contar a ustedes uno de los recuerdos de los Andes argentinos, que cierta correlación de ideas me trae a la memoria. Es la historia famosa de don Salvador, el correo.

En cambio, confesaba, avergonzada, que ciertas melodías de zarzuela y muchas canciones populares la encantaban. Otra cosa no confesaba, aunque no era menos cierta. La música que algunas veces acompaña a los entierros, que por regla general es pésima y compuesta casi exclusivamente de instrumentos de bronce, la conmovía profundamente hasta hacerle derramar lágrimas.

Ya, como a él no le han hecho ir nunca a los entierros, pisando lodos, aguantando la lluvia y el frío, le parece muy natural que el otro pobrecito se críe entre ataúdes... , está fresco.

Vamos, ten discreción... No digo yo tampoco que se le eche a la calle; pero en el Hospicio, bien recomendado, no lo pasaría mal. ¡En el Hospicio! exclamó Jacinta con la cara muy encendida , ¡para que me le manden a los entierros... y le den de comer aquellas bazofias...! ¿Pero qué crees? Eres una criatura. ¿De dónde sacas que así se toman niños ajenos? Chica, chica, estás en pleno romanticismo.