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La verdad es, querida mía, que todas somos ridículamente educadas... Esas educaciones etéreas falsean nuestro entendimiento... Lo cierto es que no hay nada en la tierra, ni en el cielo, mucho lo temo, que pueda responder a la idea que nos hemos formado de la felicidad... Nos educan como a espíritus puros, y en realidad no somos más que mujeres... hijas de Eva... nada, nada más.

Delante de tenía al hombre, al hombre primitivo en toda su augusta sencillez y verdad, sin absurdas ideas metafísicas, sin religión, sin moral, sin los tristes idealismos que tuercen y adulteran el curso sagrado de la Naturaleza. ¡Ah, no! Aquel hombre no pretendía ridículamente oponerse, como nosotros, a sus leyes inflexibles, a la ley de la lucha por la existencia, o de la selección.

Ruborizose la joven mirándole con cierta timidez. Supongo que no temeréis nada, tengo a vuestro hijo entre los dos. Aunque no lo quisiera, no podría ser sino vuestro amigo, lo demás sería deshonrarme ridículamente a vuestros ojos y a los míos. Sería un verdadero tartufo... ya veis que es imposible... ¡Gracias a Dios!

Además, a una mujer agobiada, como ella, por las tristezas, le era sumamente fácil ir eslabonando, en la larga cadena de sus preocupaciones, esbozados sentimientos de todas castas; apuntar insinuaciones, conmover hasta con el acento y la actitud... Pero ¿no resultaría esto ridículamente sentimental, impropio de una mujer de su carácter y de sus precedentes, y no produciría, por tanto, el efecto contrario al que se buscaba? ¡Tendría que ver un resultado así! ¡Cabalmente era Pepe Guzmán el hombre cortado para tomar en serio esas farsas de los galanteos románticos del año treinta y siete!

Le gustaba engalanarse, pero luego de vestida pasaba ante los espejos sin mirarse, y ni a solas era ridículamente vanagloriosa, ni coqueta con los hombres. Finalmente, Manuel estaba seguro de haberse ido enseñoreando del corazón de su novia en diálogos íntimos y largos, donde, sin menoscabo de su pureza, pudo mostrarse la mujer tal cual era.

Excepto el que habla, todos tienen sus sombreros puestos, túmbanse en los cojines, muchos duermen cómodamente, otros hablan; la tribuna destinada para el público es pequeña: todo es lo mismo en Inglaterra, formas, apénas se da participación al pueblo en las sesiones de las cámaras: en el centro del salon y sobre una mesa, está la corona y el cetro de la Albion; el canciller, ó presidente, viste un traje ridículamente extraño: cubre su cabeza la histórica peluca blanca con que se vienen adornando los presidentes desde el orígen del Parlamento.

Se vio entonces protegida en cierto modo por aquel ruido, envolviéndose en él su confesión y su descuido de toda regla conforme con la etiqueta, cuando los vigorosos brazos del joven la ayudaban a bajar del caballo, pareciendo juzgarla ridículamente pequeña y liviana.

Y el muchacho, sonámbulo, embriagado por la Naturaleza, hipnotizado por la extraña contemplación, movía la cabeza ridiculamente, y al par que pensaba que todo aquello era magnífico para puesto en verso, tarareaba la célebre obertura con tanta fe como si fuera el propio Tannhauser escandalizando con su himno a la corte del landgrave. Andresito... oye; oiga usted.

"Demasiado sabe usted que no como lengua. Hágame el favor de decir a la cocinera que traiga algún pescado, pero no boquerones como el otro día, y que no fría tanto las tortillas". Ninguno de los dos quería humillarse al otro. Así que, esta tirantez se prolongaba ridículamente, hasta que ella, Pepa, los agarraba por las orejas, les decía cuatro frescas y les obligaba a darse la mano.

Esos franceses tienen unos pies ridículamente pequeños...» «Procura apoderarte de un piano.» «Me gustaría un buen reloj.» «Nuestro vecino el capitán ha enviado á su esposa un collar de perlas. ¡Y sólo envías cosas insignificantes