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Cap. 6. A que dió ocasión, dice Paramo en el mismo Cap. número 10. Una y otra atrocidad de los Judíos de la Guardia.

¡Qué atrocidad!... ¡Programa! gritó don Víctor : al teatro dos veces a la semana por lo menos; a la tertulia de la Marquesa cada cinco o seis días, al Espolón todas las tardes que haga bueno; a las reuniones de confianza del Casino en cuanto se inauguren este año; a las meriendas de la Marquesa, a las excursiones de la high life vetustense, y a la catedral cuando predique don Fermín y repiquen gordo. ¡Ah! y por el verano a Palomares, a bañarse y a vestir batas anchas que dejen entrar el aire del mar hasta el cuerpo... ea, ya sabes tu vida.

Siendo informado el P. Visitador del estraño encuentro de los de la Reducción de San Joseph, ordenó que cien indios del mismo pueblo, pertrechados de armas, volviesen, no para castigar la crueldad de aquellos malvados, sino para traer los huesos de los muertos para darles honrosa sepultura y que con buenos modos, aunque siempre con las armas en la mano, les certificasen sinceramente del fin porque iban á su pueblo y del amor que, aun después de cometida aquella bárbara atrocidad, les tenían.

¡Jesús, qué barbaridad!... ¡Esto debe de ser un cilicio! Puede ser..., pero déjalo, déjalo por Dios. El joven lo arrojó otra vez con violencia dentro del cajón, haciendo un gesto de desprecio y repugnancia. María se ha vuelto loca... ¡Esto es una atrocidad que a nada conduce! ¡No digas eso, que es pecado!... María es muy virtuosa...

Con esto se confirmaron en su rebelion; porque no hay cosa que más la asegure un hecho semejante, cuando la atrocidad quita la esperanza del perdon. Este hecho no le parece al Griego Pachimerio que lo refiere digno de vituperio, antes lo aprueba y alaba; con que claramente se debe tener por apología más que por historia la suya.

Convendría que se fuese en seguidita á Medina; pero, hijo, yo no puedo decírselo... Está en mi casa... Además, bastaría que notase por lo que es para que se encaprichase en quedarse y tal vez hiciese una atrocidad... Ya la conoce usted. , ; la conozco bien respondió el joven con acento amargo. ¿Por qué no la habla usted? ¿Yo? exclamó con sorpresa. Yo no tengo ninguna influencia sobre ella.

Otro que no fuese Salabert hubiese dado un brinco al oir semejante atrocidad. El no hizo más que abrir los ojos repentinamente, para dejar caer los párpados otra vez quedando en la misma actitud soñolienta. No me parece mal. ¿De modo que puedo ir? ¡Ya lo creo que puedes ir! Lo que no podrás será entrar. ¿Pues? exclamó ya encrespada la bella. Porque no te recibirían. Amparo se levantó furiosa.

Créanme ustedes, muchos de los hombres que en el mundo pasan por buenos, si no hacen daño es porque les falta tiempo. Y eso le pasa a Peña. Está tan ocupado en su importantísima persona que no le queda un momento libre para hacer algo malo. ¡Qué atrocidad! exclamaron riendo algunos. ¡Vamos, vamos, Tristán! expresó por lo bajo Clara pellizcándole suavemente el brazo.

Sin dudar ante la atrocidad de la acción que cometía y disculpándose, acaso, en el fondo, por la necedad misma de aquellas epístolas, Clementina cogió las cartas y las colocó muy á la vista en el cofrecillo, encima de todos los objetos cuidadosamente arreglados por Herminia. Después cerró la caja y quitando la llave, descendió al salón.

¡Perfectamente! dijo Rocchio, temblándole las manazas, con ganas de hacer una atrocidad, porque era la tercera acometida que sufría su bolsillo aquel día. ¿De modo que usted también me planta? ¿y con qué voy a pagar yo las acciones compradas a su nombre y por su orden? ¿Sabe usted que ya me andará buscando el vendedor, y que si no le pago saldré a la vergüenza en la pizarra?