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Nélida miraba ansiosamente, temblándole de emoción las alillas de la nariz. ¡Qué interesante!... ¡Ver cómo se peleaban los hombres!... ¡Y tal vez alguno de los dos quedase herido!... Hablaba de esto como de un hermoso espectáculo que iba a perder por culpa de Ojeda. No se le ocurrió por un momento que ella podía ser la causa original de este suceso. Intentó hacer frente a Fernando.

, una carta contestó ella. ¿Por qué mentías? exclamó el marido con iracundo acento, temblándole la barba y los celosos labios. No lo que dije cuando me lastimaste en el brazo replicó Lucía recobrando su entereza ; lo cierto es que eché una carta ahora mismo. ¿Y por qué no me la diste a ? ¿Por qué te vienes ... sola? Quise echarla yo misma.

En aquel momento, unas pisadas fuertes resonaron en la escalera; abriose la puerta, y Hullin apareció con una linterna en la mano, pálido el rostro, los cabellos desgreñados y temblándole las mejillas. ¡Vamos, de prisa! exclamó ; no tenemos un minuto que perder. ¿Pero qué pasa? preguntó Catalina. El ruido de las descargas se acercaba.

Al salir ellas al paseo, recogió en el zaguán la carta de manos de la santita, en las mismas narices de la oronda misia Gregoria y de Angela, sin que ninguna se enterara. ¿Qué tal? Quilito no le escuchaba: había rasgado el sobre y leía; con el afán de un sediento ante un vaso de agua, saboreaba la miel de la fraseología de su prima, temblándole las manos de emoción.

Fijó la vista en el epígrafe Percance grave, que estaba en letras de mucho relieve; tentole la curiosidad, y leyó lo que seguía. Se quedó hecho una estatua al concluir. Repasó su memoria... «Justo y cabal», se dijo. Y voló en busca de Nieves, con el periódico en la mano y las gafas en la punta de la nariz. Sin sentarse y temblándole el papel entre los dedos, leyó a su hija lo del Percance grave.

Pero la amante, arreglándose el pelo ante el espejo, hablaba con una frialdad fingida, temblándole la voz. «Vístete... Vámonos pronto. ¡Y pensar que una noche como ésta tengo que ir con tía al Real!... ¡Qué rabiaUn estrépito de metales golpeados arrancó a Ojeda de su ensimismamiento. Esta impresión le hizo temblar, mientras su memoria retrogradaba al presente.

Y todo el pueblo lloraba cuando Príamo se acercó a su hijo, con las manos al cielo, temblándole la barba, y mandó que trajeran leños para la pira. Y nueve días estuvieron trayendo leños, hasta que la pira era más alta que los muros de Troya.

Volvió Perico demudado, temblándole las manitas, queriendo sonreír y no pudiendo... La voz le faltaba: no había llegado al parador. ¿A qué correr tras la desdicha, si salía al encuentro la esperanza?... En el camino habíale dicho Martín Romero que él tenía noticias que Juanito estaba mejor, casi bien del todo... ¿Lo ve usted?... ¿Lo ve usted? gritó la madre triunfante.

Pues mire usted, fiscal, y para que le vaya sirviendo de gobierno respondió el otro temblándole los labios : si quiere usted que no se le atragante el bollo ese, guárdese mucho de volver a tomarle en boca delante de ; porque por encima de cuanto le estimo a usted y hasta del sol que nos alumbra, pongo yo el respeto que se debe a la persona a quien apunta usted en su broma de mal gusto.

Doña Sol ponía los dedos en el teclado, mientras sus ojos vagaban en lo alto, echando la cabeza atrás, temblándole el firme pecho con los suspiros musicales. Era la plegaria de Elsa, el lamento de la virgen rubia pensando en el hombre fuerte, el bello guerrero, invencible para los hombres y dulce y tímido con las mujeres.