United States or South Korea ? Vote for the TOP Country of the Week !


Concluída la redowa, la hermosa señorita siguió jugando en el teclado. Primero, escalas rapidísimas, cuyas notas se desgranaban como las cuentas de un collar; luego pasajes favoritos, temas predilectos, un fragmento melódico, arrullador y deleitoso. De pronto, cuando menos lo esperaba yo, dejó su asiento la tocadora. Cerró el piano y corrió a la ventana. ¡Linda, hechicera criatura!

Entonces, casi de puntillas, iba hacia el piano, y apenas colocaba los dedos en el teclado, parecía olvidar su timidez, aislándose del mundo exterior, con los ojos vagos y sin luz, como si su mirada se concentrase interiormente y su canto fuese un débil escape, un lejano eco de otra música de recuerdos que sonaba dentro de ella.

Mary seguía temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un pájaro que abate sus alas. ¡Oh, Richard!... ¡Richard, mon bien aimée! El español vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrecían; sintió en sus manos las manos frías de ella, le envolvió su aliento.

Yo, a su lado, en la actitud legendaria de un infante de Lara, desesperado por la fatalidad, me retorcía lúgubremente el bigote. Y la dulce criatura, entre dos gemidos del teclado, de una sonata penetrante, cantó volviendo hacia sus ojos brillantes y húmedos: «L'oiseau s'envole, La'bas, la'bas!... L'oiseau s'envole... Ne revient pas...» El ave ha de volver al nido! musité yo enternecido.

Dice que no ha visto en su vida a un gentlemán tan guapo y simpático. ¿No es eso, miss Korrayt? Ella agitaba la cabeza afirmativamente, enseñaba su dentadura, parecida al teclado de un piano, y volvía a todos lados los platos de sus ojos. Kotelnikov movía también la cabeza, saludando, y balbuceaba: Hagan el favor de decirle que en las negras hay algo exótico. Y todos estaban tan contentos.

Pero ambos callaron, suspensos de la música de Zoraida, que se hallaba en uno de sus momentos de exaltación. El motivo de Beethoven jugaba con cierta gracia infantil, sus frases líricas parecían caminar sobre el teclado, frescas, ligeras, y acariciaban el oído sin despertar inquietud.

Octavio, en la misma postura y absorto en sus pensamientos, no parecía haber notado su marcha brusca ni escuchar las caprichosas notas que salían del piano. Los dedos de la dama, cansados sin duda de vagar á la ventura por el teclado, empezaron á señalar delicadamente una melodía. Era il sol de l'ánima. Á Octavio le dió un vuelco el corazón y volvió rápidamente la cabeza.

Sin embargo, el amigo ha abierto el piano; luego se ha atrevido a preludiar unas notas. Digo que se ha atrevido, porque también antes de poner los dedos en el teclado parecía irresoluto, bien así como si fuese a cometer una enormidad. Pero si era una enormidad, al fin ha sido cometida. Y bien cometida.

Además, es ese un teclado en que no se ve más que el exterior: nunca se sabe quién le toca: detrás del retablo y de esas figuritas de pasta de Gaiferos y los moros, debajo del parche de maese Pedro está Ginesillo de Pasamonte que los mueve: ¡ay! no tome usted la defensa de la infeliz Melisendra, no desbarate las figuras, que si la mona se escapa al tejado, si rompe la ilusión, si destroza las muñecas, las pagará caras.

Después de pasar por delante de los hornos, cuyo calor obligole a apretar el paso, el doctor vio un edificio tan negro y ahumado como todos los demás. Verlo y sentir los gratos sonidos de un piano teclado con verdadero frenesí musical, fue todo uno. Música tenemos. Conozco las manos de mi cuñada. Es la señorita Sofía, que toca afirmó María.