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Llegó, pues, de vuelta de los Zamucos al pueblo de San Juan á 26 de Octubre de aquel mismo año de 1718 y luego participó las noticias de todo lo referido en este capítulo al Padre Visitador de aquellas Misiones, Juan Patricio Fernández, quien atribuyendo á singular misericordia de Dios y á los méritos y sudores del apostólico P. Zea que aquellos bárbaros estuviesen tan deseosos del santo bautismo y tan contentos y prontos á dejar sus tierras hizo luego despachar los dos Zamucos que trajo el P. Miguel de Yegros, con aviso al cacique de que se fuese con todos sus vasallos á las tierras de los Cucarates, porque en breve se partiría allá el P. Miguel con el hermano Alberto Romero.

Es fama que, oyendo los descargos que le daba un empleado, dijo aburrido el señor de Areche: ¿Sabe usted, señor alcabelero, que no entiendo sus cuentas? No es extraño, señor Visitador. Yo tampoco las entiendo, y eso que las cuentas son mías. ¡Vaya si las malditas andarían enredadas!

Llegado á Buenos Aires á 8 de Abril del año siguiente de 712 y esperando allí algunos pocos meses las embarcaciones de las doctrinas, pasó en ellas, con otros cuatro de sus conmisioneros, por orden del P. Visitador, Antonio Garriga, á las Misiones de los Guaranís, no sin dolor y sentimiento de sus novicios, que deseaban gozarle por más largo tiempo y tener á la vista un ejemplar perfecto de Jesuita indiano, para copiar en aquellas tan grandes y tan excelentes virtudes que son necesarias á quien en país tan extraño y entre gente tan bárbara, por naturaleza y por los vicios, debe ejercitar el oficio de la predicación Apostólica.

Pasado algún tiempo fué nombrado visitador del arzobispado y administrador del hospital de San Cosme y San Damián, llamado de Las Bubas, cargo que el cabildo de la ciudad le concedió con general aprobación de sus individuos.

Así se las Dios. ¡Hola, hola, señor mío! ¿Cómo ha salido de la cárcel sin mi licencia? No hizo falta, señor Visitador. He dado mi palabra, y sabré cumplirla, de regresar en breve a la prisión. Supongo a lo que usted viene..., a hablarme, sin duda, de su causa. Precisamente, señor Visitador. Pues tiempo perdido, amigo mío.

Siendo informado el P. Visitador del estraño encuentro de los de la Reducción de San Joseph, ordenó que cien indios del mismo pueblo, pertrechados de armas, volviesen, no para castigar la crueldad de aquellos malvados, sino para traer los huesos de los muertos para darles honrosa sepultura y que con buenos modos, aunque siempre con las armas en la mano, les certificasen sinceramente del fin porque iban á su pueblo y del amor que, aun después de cometida aquella bárbara atrocidad, les tenían.

En circunstancias excepcionales era mujer de resolución; reunió todo su valor, y tomando aparte a la condesa, le dijo: Pues bien, querida señora, creo que verdaderamente, he desesperado demasiado pronto de poder convencer a vuestro hijo... Anteayer vino a mi casa, y como no es muy visitador, creo que tenía algo serio que decirme... que quería hablarme del gran asunto del matrimonio.

Pero tanto estiró la cuerda que, a la postre, vino el estallido, y reventó y se armó la tremenda. El Visitador era testarudo, no cejó un ápice y siguió ajustándonos las clavijas como a guitarra ajena. Y hubo una tal de zambomba y degollina, horca, y jicarazo, que... ¡vamos! debemos tomar por especial cariño y bendición de Dios no haber comido pan en aquel desbarajustado siglo.

Después fué Superior de las Misiones del Uruguay, Visitador de la de los Chiquitos, Vice-Rector del Colegio de Córdoba, y estuvo también señalado Rector del Colegio de las Corrientes, á que por motivos que tuvo propuso; y últimamente fué Provincial de esta provincia, oficio en que le cogió la muerte al año y medio de su gobierno.

Soy ni más ni menos un pobre enfermo del corazón que viene á buscar á otro enfermo y á decirle: busquemos juntos nuestro remedio. En este momento, ni vos sois el padre grave de la Orden de Predicadores, maestro, provincial, visitador, confesor del rey, inquisidor general, y qué yo qué más, ni yo soy el loco, el simple, el cura fastidios del rey. Somos dos hombres.