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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Tengo... tengo... mire V., yo siempre digo que tengo catorce, pero la verdad es que no tengo más que trece y dos meses... ¿y V.? ¡Una atrocidad! No me lo pregunte usted, que me da vergüenza. ¡Ah qué presumido! ¡Si yo le he de querer lo mismo que tenga muchos que pocos!
El niño fue a levantarse, pero no pudo; su hermanito se lo estorbaba. Levanta, Rafaelito. El chiquitín no se movía. ¡Levanta, Rafaelito! Miguel lo cogió entre los brazos y lo puso en pie; pero al ver que no se tenía, exclamó en alta voz: ¡Este niño está yerto! ¡Qué atrocidad! Y comenzó a sacudirlo y a frotarlo.
¡Qué atrocidad!... ¿Con un gato?... ¡Pero eso es imposible!... Pues, hijo, así lo asegurrraban... no te puedes figurrarr lo que nos rreímos una noche en casa de Carmen Tagle, discutiendo el asunto... Algunos pensaban que el gato estarrría muerrto; lo que es así, también yo me disciplinaba... Lo mismo podía hacerrse con un plumerrro...
Sintió él que perdía el aplomo, creyó que iba a decir o hacer alguna atrocidad; y sin poder contenerse, se puso en pie delante de ella. ¿Se marcha usted ya? «Si yo me arrojo a sus pies ahora, ¿qué pasa aquí?» se preguntó don Álvaro. Y sin saber lo que hacía, tendió la mano enguantada y dijo temblando: Anita... si usted quiere... algo para las provincias....
Una viva terrible inquietud se apoderó de su espíritu. La escapatoria le iba pareciendo una ligereza cada vez más imperdonable. Aquella muchacha, ni tenía verdadera vocación de monja, ni llevaba trazas de tenerla jamás. Era un temperamento frívolo, malicioso, arrebatado, capaz de cualquier atrocidad. ¡Qué necedad la de haber cedido a sus instancias!
Al encendido encarnado de las mejillas había sucedido cierta palidez, sobre todo en los labios y en el hueco de los ojos. Cuando Pedro dijo «ya hemos concluído», se dejó caer como una piedra, exclamando: ¡Qué atrocidad! ¡Cómo me he cansado! ¿La habrá hecho á usted daño, señorita? preguntó el mayordomo con solicitud. No, no; esto pasará en seguida.
La idea del anónimo cayó de improviso como un rayo sobre su mente y le hizo dar un salto en la cama. Representósele con espantosos y sombríos colores la gran atrocidad que había hecho. Le pareció imposible que él, un hombre de honor, hubiese llevado á cabo acción tan indigna y repugnante. Por un momento dudó si estaría aún bajo la influencia de alguna pesadilla.
¡Calle usted, Aguado! ¡No se burle de mí! ¡No estoy para bromas! ¡Dios mío! ¡Qué va a ser de mí! ¡Qué atrocidad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué va a ser de mí!... ¡Dios de Dios! Y a estas horas... yo me voy a morir... de fijo... de fijo... me lo da el corazón. ¡Yo no paro, no paro, no paro!... ¿Delira? gritó Bonis con horror. ¿Por qué? Como dice... que no para... no para....
Porque me gustan las manzanas verdes repuso encogiéndose de hombros. A los tres días se le presentó con una nueva herida en la frente. Pero, chica, ¿te has lastimado otra vez? Sí. ¿Cómo ha sido eso? Pues estaba mi padre partiendo leña, saltó una astilla y me dio en la frente. ¡Qué atrocidad! ¡A riesgo de saltarte un ojo!... Ten cuidado, chica, con tus ojos, que me gustan mucho.
La cámara de torturas difícilmente podía fallar en suministrar las pruebas que se querían. Ningún reinado semejante de terror y horror ha ocurrido en ningún otro período de la historia de Europa; y solamente en las prácticas de los buscadores de brujas entre los salvajes puede encontrar paralelo su atrocidad sistemática".
Palabra del Dia
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