Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 4 de julio de 2025


Este gran político hablaba en muy distintas circunstancias, para muy otra edad del mundo, y siempre con la mira de libertar á Italia de los que él llamaba bárbaros, cuyo yugo le apestaba, sin que hubiese atrocidad, crimen ni peligrosa aventura á que para sacudir aquel hediondo yugo no excitase él á su Príncipe.

¡Caramba! exclamo . He hecho una atrocidad sin querer. El otro día se conmovió el Heraldo por un artículo mío, y ahora este Castrovido dice esas cosas tremendas hablando de otro... ¡Caramba! Yo no me atrevo a salir a la calle, a ir tímidamente al Ateneo, a pedir un libro en la Biblioteca, a entrar en la librería de Fe... ¿Tomaré el tren otra vez? , ; es preciso que yo coja el tren otra vez.

Las cejas se fruncían: las negras pupilas despedían miradas cada vez más duras y tristes. El doctor levantó al fin la cabeza, y preguntó fríamente: ¿Qué médico le ha dicho a usted que estaba en segundo grado de tisis? Ninguno repuso el enfermo con la misma frialdad. El anciano se puso en pie vivamente, y le miró lleno de estupor. Después se santiguó exclamando: ¡Jesús qué atrocidad!

Genoveva no pudo contenerse; tiró las disciplinas muy lejos y se arrojó llorando a abrazar a su señorita, cubriéndola de caricias y pidiéndole, por la salvación de su alma, que no la obligase a hacer semejante atrocidad. María la consoló, asegurándole que le había dolido muy poco la flagelación.

Tengo... tengo... mire V., yo siempre digo que tengo catorce, pero la verdad es que no tengo más que trece y dos meses... ¿y V.? ¡Una atrocidad! No me lo pregunte usted, que me da vergüenza. ¡Ah qué presumido! ¡Si yo le he de querer lo mismo que tenga muchos que pocos!

Aquellas monstruosas paredes eran blancas, pero estaban salpicadas por grandes manchas de musgo. ¡Qué atrocidad! ¡Qué altura tienen estas montañas, y qué cercanas están! ¡Si parece que se vienen encima! ¿Ve usted, señorita, aquel agujero que tiene la peña allá arriba? . Pues antes había allí un nido de buitres, y yo entré de chico una vez á cogerles los huevos. ¿Y por donde te encaramaste allá?

¡Ay, que he abierto el balcón! exclamó, comprendiendo la atrocidad que había cometido. ¡He abierto el balcón! Y lo cerró con sobresalto, como una monja que hubiera sorprendido abierta la reja del locutorio. Hermana dijo después, ¿sabe usted que he decidido no ayunar mañana? Hará usted bien: es usted una santa; pero no ayune usted tanto, señora: eso no es bueno.

Ricardo contempló un instante la operación en silencio; pero no tardó en exclamar con señales de asombro: ¡Qué atrocidad! ¡Qué atrocidad! Las criadas volvieron la cabeza. Marta también alzó la suya. Pues, ¿qué pasa? Pero, niña, ¿dónde te has comprado esos brazos tan rollizos? La niña se ruborizó, y entre risueña y molesta llevó la mano a las mangas del vestido bajándolas un poquito.

Venía subiendo la escalera, y me entró tal rabia, que me pregunté a gritos: ¿Pero cómo se llama, cómo se llama?.... Me acordé al entrar en la casa. Hoy estaba haciendo una medicina para un enfermo de los ojos, y en vez del sulfato de atropina puse el de eserina, que es la indicación contraria. Si no lo advierte Ballester... ¡qué atrocidad!, dejo ciego al enfermo... No puedo trabajar.

Y soltó una atrocidad, una indecencia que aturdió por completo al fondista e hizo enrojecer a la marquesa detrás de la puerta, con ese santo rubor que realza tantas veces a los fuertes y castos ángeles de la caridad que sirven en los hospitales, sin asustarles por eso, ni hacerles huir de la cabecera de ciertos enfermos.

Palabra del Dia

malignas

Otros Mirando