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En el corredor se tropezó con Carmen; parecía haberse olvidado de ella, y al verla dió un gruñido y trató de hacerla una caricia. Sobrecogida, no pudo evitar un ligero grito al esquivar su cuerpo inmaculado de las manazas brutales del hombrón. Salieron doña Rebeca y Narcisa de sus habitaciones, como dos víboras de sus escondrijos, silbando: ¡Loca!... ¡Si está loca!... ¿Qué escándalo es éste?...

No lo dudo, amigo Carlín, repuso Simón, y á fe que no creo haber cambiado mucho desde entonces. Pero también sabes que ni tomo yo un beso á la fuerza, ni ataco al enemigo por la espalda y diez contra uno. Al buen entendedor.... Una mirada al resuelto rostro del sargento y á las manazas de Tristán convenció á los arqueros de que allí nada bueno podrían sacar á la fuerza.

Lanzando una exclamación de sorpresa y despecho hizo volver grupas á su caballo, derribó éste á los dos arqueros que intentaban detenerlo é iba ya á lanzarse al galope hacia el valle, cuando caballo y caballero se vieron detenidos bruscamente por las férreas manazas de Tristán. Un momento después yacía el jinete derribado en el suelo. Rescate tenemos, dijo Tristán.

Dos robustos y estupendos rufianes le tenían bien cogido entre sus enormes manazas fuertes como el hierro, y Teletusa y Tiburcio, sin dejar de reír, le ataban de pies y manos con suma destreza y valiéndose de lienzos retorcidos a falta de cuerdas que por allí no había. ¡Matadme o soltadme para que le mate! gritaba Pedro Carvallo.

El maestro, que lucía su casaquilla verdosa de los días de gran ceremonia y su corbata de mayor tamaño, tomó asiento fuera, al lado del padre. Sus manazas de cultivador las llevaba enfundadas en unos guantes negros que habían encanecido con los años, quedando de color de ala de mosca, y las movía continuamente, deseoso de atraer la atención sobre sus prendas de las grandes solemnidades.

No había quien se lo discutiese al Lobato; lo había oído mil veces, y dudar de esto era llamarle embustero, exponiéndose a sentir el peso de sus manazas. Y así como cantaban los reptiles, hablaban los toros; sólo que él no había llegado a penetrar todos los misterios de su idioma. Eran a modo de cristianos, aunque andaban a cuatro patas y tenían cuernos.

Otras veces, si era demasiado alta y la señorita gritaba desde arriba que tenía miedo, la tomaba por la cintura y la depositaba en el suelo con la misma delicadeza que si fuese un objeto de cristal. «¡Qué fuerza tienes, Pedro! le decía ella. Si me dieses un golpe con esas manazas, me mataríasEl mayordomo sonreía á modo de sultán acariciado y se encogía de hombros con desdén.

Llegaba hasta ellos el movimiento invisible de la ría, el ruido de los tranvías al otro lado de las planchas de hierro que cubrían las verjas. El millonario mostraba su satisfacción al verse solo con el médico, el único amigo que le inspiraba confianza, y como prueba de cariño le echó sobre un hombro una de sus manazas.

Ahí está mi primo Roberto, un gañán como hay pocos, que al empezar la retirada del enemigo en Poitiers puso sus manazas sobre el paladín francés Amaury de Chateauville, dueño y señor de cien villas y castillos, quien tuvo que aprontar cinco mil libras de oro por su rescate, amén de dos caballos soberbios con riquísimas preseas.

No podía comprender que este mozo pequeño, enjuto y enclenque en apariencia inspirase miedo á nadie. Lo contempló con una curiosidad algo irónica desde la altura de su corpulencia; le acarició los brazos con sus manazas, sonriendo al encontrar inmediatamente el hueso bajo los músculos nervudos pero delgados. Un recuerdo surgido repentinamente en su memoria hizo esta sonrisa más insolente aún.