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Mientras que me extraviaba en las selvas célticas, siguiendo los pasos de la señorita Helouin, á la que no falta sino un poco de gordura para ser una druidesa muy pasable, la viuda del agente de cambio, colocada cerca de nosotros, hacía resonar los ecos de una queja continua y monótona como la de un ciego; se habían olvidado de ponerle su calentador, se le servía un potaje frío, se le presentaban huesos descarnados; ved ahí cómo se la trataba.

Así como los palacios orientales sólo presentan en el exterior muros descarnados, disimulando sus maravillas internas, aquí lo de afuera es rudo y el interior deslumbra. El himeneo se produce al resplandor de un pequeño mar de nácar que, multiplicando sus espejos, da á la habitación, cerrada y todo, el encanto de un crepúsculo hechicero y misterioso.

Toda aquella interminable superficie parecía un mar de lava cuajado de repente; un mar hasta con sus islotes y escollos; unos monolitos muy grandes que se destacaban, escuetos y descarnados, sobre la aridez del suelo entre matojos de «escobinos», de árnica o de regaliz.

Solo la iglesia conserva en sus archivos una partida de defunción; la campana un triste eco en la noche de todas las ánimas; la tierra un poco más de lodo, y el enterrador unos trozos de leña, restos de los descarnados brazos de una tosca cruz que carcomió y desunió la inclemencia del tiempo. Paseo á caballo. El cocal de las Angustias. La ermita. La esquila del santuario.

Sus pinturas eran descarnados cuadros, y sus tipos predilectos los más extraños y deformes seres. Un curioso aficionado á la estadística, hizo constar que en una de sus novelas salían veintiocho jorobados, ochenta tuertos, sesenta mujeres de estas que llaman del partido, hasta dos docenas y media de viejos verdes, y otras tantas viejas embaucadoras.

Algunas tenían la desproporción embrionaria de los fetos, con enormes cabezas sirviendo de remate á cuerpos raquíticos. Otras avanzaban sus míseros troncos descarnados sobre unas piernas anchas y redondas de paquidermo.

Para disipar su enervamiento, se acercó a una ventana, levantó la cortina de antiguo guipur, y miró hacia el jardín que se extendía ante ella. En aquel día de sol de diciembre, nada había revelado el invierno ni la Naturaleza adormecida, tan verdes se conservaban la hierba y las plantas, si los árboles no alzaran al cielo sus ramas despojadas, como esqueletos descarnados.

Particularmente hacia el Este y hacia el Norte, parecía no tener límites a mi vista, poco avezada a estimar espectáculos de la magnitud de aquél; y era de una originalidad tan sorprendente y extraña, que no acertaba a darme cuenta cabal ni de su naturaleza ni de su «argumento». Por el Sur se dominaba el hermoso valle de Campóo, ya en otra ocasión visto y admirado por ; en la misma dirección y más lejos, los tonos pardos de la tierra castellana; más cerca, el Puerto de marras con sus monolitos descarnados y su soledad desconsoladora.

Sacó fuera de los cobertores sus bracitos descarnados y se cogió fuertemente a la madera de la cama. La condesa se apoderó de su mano, la besó dulcemente y la retuvo sobre sus rodillas. Solamente entonces se tranquilizó la enferma y durmió hasta entrado el día. Soñó que la condesa estaba de pie a su derecha, que tenía la figura de un ángel y que le habían salido unas alas blancas.

No obstante, sus ojazos negros como el azabache, su ordinario y despeinado pelo mate, cayendo sobre una cara tostada por el sol, sus descarnados brazos y pies tiznados por el rojizo barro, todo le era conocido. Acababa de llegar Melisa Smith, la niña sin madre, de Smith. ¿Qué puede querer de ? pensó el maestro.