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Con la mejilla apoyada en la crispada mano la mirada dura, la frente fruncida y la boca contraída con una sonrisa amarga, la joven meditaba y sus hermosas facciones estaban fijas en una implacable expresión de desprecio y de odio. Como los más puros metales, las almas más nobles tienen sus escorias, que suben en hirviente espuma al fuego de la cólera.

¡Madrina! ¡ven, madrina!... Mira, Paula y Concha me han cortado el pelo. Amalia avanzó algunos pasos por la estancia y, evitando la mirada de la niña, fijó los ojos severos en su cabeza, y dijo con imperio y frialdad: No está bien así. Córtelo usted al rape. Y se alejó con la frente fruncida. Josefina, atónita, la siguió con los ojos.

Sentía deseos de sollozar. Acaso esto hubiera aliviado su corazón, pero el orgullo dominaba sus lágrimas, las obligaba a volverse atrás cuando querían salir. Largo rato paseó por la estancia sin detenerse, con el rostro pálido, los ojos secos y febriles, la frente dolorosamente fruncida. A la puerta oyó los leves aullidos del perro que quería entrar. Fue a abrirle.

Si me engaña concluyó diciendo, con la frente fruncida y mirándome severamente , cuenta que te clavo un puñal en el corazón. Ahí va el puñal dije, sacando el que me habían regalado en el Fomento de las Artes y que llevaba por precaución en mis excursiones nocturnas . Te clavarás a ti misma clavando mi corazón añadí, sonriendo.

Está bien; yo se la entregaré cuando venga. Y con la carta en la mano entróse en el boudoir, arrugando el entrecejo, la boca fruncida y torvos los claros ojitos... A la luz de la gran lámpara sostenida por el negro de ébano tomó a registrar la carta por todos lados; era el sobre de rico papel muy recio, no tenía timbre, sello ni inicial alguna, y venía ligeramente pegado con la misma goma de los bordes.

Se apresuraron, pues, a cortar la conversación llevándolo consigo a otra parte. Tristán los miró alejarse inmóvil con la frente fruncida y los ojos cargados de cólera. Mientras tanto Clara, vestida con un sencillo traje de viaje, hacía ya para él los últimos preparativos.

Después un inglés muy pesado, que chapurraba el castellano con la boca fruncida y los dientes apretados, como si quisiera mordiscar las palabras, se empeñó en que habían de tomar unas cañas. «De ninguna manera... muchas gracias». «¡Ooooh!, »... El comedor era un hervidero de alegría y de chistes, entre los cuales empezaban a sonar algunos de gusto dudoso.

Si fuera infanta, como ya has oído, Tuvieran entredicho mis seis puntos, Y pulsaran mis dedos sin ruido. ¿Madre, cómo podrá la que está asida A sus inclinaciones, salir de ellas, Y ajustarse á una regla muy fruncida? Miro que allí las bellas no son bellas, Y que tienen las gracias cercenadas, Y con monjil los rostros de sus huellas.

Pero yo no debo de estar en mi juicio, pues tales disparates digo y pienso; que no es posible que una dueña toquiblanca, larga y antojuna pueda mover ni levantar pensamiento lascivo en el más desalmado pecho del mundo. ¿Por ventura hay dueña en la tierra que tenga buenas carnes? ¿Por ventura hay dueña en el orbe que deje de ser impertinente, fruncida y melindrosa? ¡Afuera, pues, caterva dueñesca, inútil para ningún humano regalo! ¡Oh, cuán bien hacía aquella señora de quien se dice que tenía dos dueñas de bulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como que estaban labrando, y tanto le servían para la autoridad de la sala aquellas estatuas como las dueñas verdaderas!

Un día estaba la dama sola en su gabinete. Se había dejado caer en una butaca. Inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás y las manos pendientes, parecía dormida. Sin embargo, Josefina, que rondaba el gabinete, se atrevió a mirar por la rendija de la puerta y observó que tenía los ojos abiertos, muy abiertos, y que su frente estaba temerosamente fruncida.