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Todas estas perfecciones no han logrado, sin embargo, producir una fisonomía dulce y apacible. La expresión de aquel rostro admirable es dura y siniestra. Su frente está siempre ligeramente fruncida. Los ojos no despiden más que miradas altaneras, como si tuviese al mundo entero postrado á sus pies.

43 Estaba el gaucho en su pago con toda siguridá, pero aura... ¡barbaridá!, La cosa anda tan fruncida, que gasta el pobre la vida en juir de la autoridá. 44 Pues si usté pisa en su rancho y si el alcalde lo sabe, lo caza lo mesmo que ave aunque su mujer aborte... ¡no hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte!.

Al propio tiempo soltaba de su fruncida boca un rugido feroz y espumarajos. Las contracciones de las extremidades y el pataleo eran en verdad horrible espectáculo: se clavaba las uñas en el cuello hasta hacerse sangre. Así estuvo largo rato, sujetado por Bailón y el carnicero, mientras Rufina, transida de dolor, pero en sus cinco sentidos, era consolada y atendida por Quevedito y el fotógrafo.

Le gustaban estas mujeres: iban vestidas de negro, con amplias sayas y gorros blancos y rígidos que traían á su memoria las tocas de las monjas... Algunas muchachas, altas, carnudas, de ojos azules y cándidos, reían con el español sin entenderle una palabra. Las viejas, de cara fruncida y obscura como las manzanas invernizas, chocaban su vaso con el de Caragòl en los cafetuchos vecinos al puerto.

Sentado ya a la mesa leyendo un periódico, estaba el dueño de la casa, D. Bernardo Rivera, con la frente espantosamente fruncida, no porque estuviese disgustado, sino porque tal era su costumbre siempre que leía algo; guardaba frente a los periódicos y los libros la actitud prevenida y hostil del que no quiere ser juguete de sofismas o frases relumbrantes.

Cuando llevaron a la culpable al despacho del jefe, lo primero que hizo fue llorar sin responder; y al cabo, hostigada ya, asaeteada a preguntas, se resolvía a confesar que «el marido» la abría a golpes si no le llevaba todos los días tres cigarros de a cuarto.... La Comadreja, con su carilla acutangular, cómicamente fruncida, remedaba a la perfección los entrecortados sollozos, el hipo y las súplicas de la delincuente.

No dirán ustedes ahora que en esta ocasión no ha llegado la sangre al río, porque ha llegado... o por lo menos al arroyo. Mientras tanto Elena, con la hermosa frente fruncida y un poco pálida, le miraba aún con ojos centelleantes de ira. Gracias a que los demás estaban vueltos al pintor, no se observó su actitud que hubiera hecho sospechar la verdad.

Lo mismo acaeció esta mañana, lo cual me pesó, como es natural, más que nunca. No vi a Gloria ni rastro de ella. Los miradores seguían con los mismos transparentes de tela fruncida; las ventanas, con las mismas persianas verdes; el patio, en idéntica soledad. Ni una sombra ni el más leve ruido. ¡Qué anhelo, qué curiosidad sentía yo por ver a mi monjita con el vestido de sociedad!

Sentada en una butaca trabajando con aguja de marfil en una colcha de estambre estaba Eulalia, cuya fisonomía semejaba notablemente a la de su papá: era también larga de cara, aguileña, de cejas pobladas y labios colgantes que expresaban un profundo desprecio a todo lo que abarcaban sus ojos: como él, tenía fruncida la frente casi siempre, lo cual daba a su rostro una expresión hostil, no muy común por fortuna en las doncellas de sus años; porque Eulalia estaba en la edad del amor, de las ilusiones, de la ternura, del rubor y la inocencia, por más que ninguna de estas cosas se advirtiesen en ella.