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Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano.

«Compañía de garnacha son cinco ó seis hombres, una mujer que hace la dama primera y un muchacho la segunda: llevan un arca con dos sayos, una ropa, tres pellicos, barbas y cabelleras y algún vestido de la mujer de tiritaña; éstos llevan cuatro comedias, tres autos y otros tantos entremeses, el arca en un pollino, la mujer á las ancas gruñendo, y todos los compañeros detrás arreando.

Y, queriendo pasar adelante y romperlo todo, al improviso se le ofrecieron delante, saliendo de entre unos árboles, dos hermosísimas pastoras; a lo menos, vestidas como pastoras, sino que los pellicos y sayas eran de fino brocado, digo, que las sayas eran riquísimos faldellines de tabí de oro.

Y en efecto, poco á poco Barbas y pellicos dexan, Y empiezan á introducir Amores en las comedias, En las cuales ya había dama, Y un padre que aquesta cela: Había galán desdeñado, Y otro que querido era; Un viejo que reprehendía, Un bobo que los acecha, Un vecino que los casa Y otro que ordena las fiestas.

En el tiempo de este célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos, guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras, y cuatro cayados, poco más ó menos. Las comedias eran unos coloquios, como églogas, entre dos ó tres pastores y alguna pastora.

En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos.

Pastores con pellicos de algodón en rama bailaban ante la Sagrada Familia, en tanto que otros rendían al suelo la carga de sus ofrendas, y del centro del frontón pendía la estrella de rabo, casi de tamaño natural, tan cuajada de ángulos y facetas que era maravilla de los ojos.

Y en efecto, poco á poco Barbas y pellicos dejan, Y empiezan á introducir Amores en las comedias, En las cuales ya había dama, Y un padre que aquesta cela. Había galán desdeñado, Y otro que querido era. Un viejo que reprendía, Un bobo que los acecha, Un vecino que los casa, Y otro que ordena las fiestas.