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Actualizado: 26 de junio de 2025
¡Hijos animosos de Entralgo, Toribión de Lorío y Firmo de Rivota han conquistado el campo de batalla! En vano tú, magnánimo Quino, luchaste con denuedo en lo alto del Barrero, aprovechando lo fuerte de la posición y las paredes de las casas que te guardaban las espaldas.
Por otra parte, Toribión de Lorío, el de las recias espaldas y de la voz de bronce, que gritaba tanto como veinte hombres juntos, y el bravo Firmo de Rivota celebraron consulta rápidamente en medio de la pelea. Convinieron en que, desembarazados de la gente de Villoria, los de Entralgo, por sí solos, no tardarían en ceder.
Echó una mirada torva y ansiosa por el recinto, y antes que los presentes pudiesen decirle una palabra, corrió á un tonel vacío y se metió de cabeza por la pequeña compuerta, desapareciendo como un relámpago. No habían pasado cinco segundos cuando se dibujó en la puerta la silueta de Firmo de Rivota. Buenas noches, amigos. Buenas las tengas, Firmo.
El tío Goro de Canzana sonríe, da una chupada á la pipa y responde: Era el día de Nuestra Señora de Setiembre. Tú y yo habíamos pasado á Muñera acompañando á unas rapazas. Cuando veníamos ya á casa nos tropezamos en el puente con los de Rivota. Yo te dije: «No corramos, Manuel; los nuestros están cerca; hace poco les oí gritar». Entonces, uno á cada lado del puente, nos meneamos como pudimos.
La verdad es, chiquillo repuso Celso poniéndose serio también, que á Nolo le zumba el alma con el palo en la mano. ¿Que si le zumba! exclamó Quino aceptando, sin comprenderlo, el lenguaje pintoresco de su amigo. Habías de verlo desenvolverse como yo le he visto el año pasado en la romería del Otero. Tenía seis hombres encima de sí y no de los peores de Rivota.
Y marchando á colocarse de nuevo á su sitio añadió resoplando como un buey: Era un mozaco de Rivota. ¡Puño, qué bofetón le di! ¡Pensé que me quedaba la mano allá! Todos le miran con sorpresa y admiran su valor intrépido y la fuerza incontrastable de sus manos.
¿Sabes lo que han hecho ayer noche conmigo tus vecinos? exclama rudamente el mozo. Flora le mira sorprendida. Pues en cuanto salí de tu casa, antes que llegase á Rivota, entre Toribión y otros tres me torgaron. Un relámpago de ira pasó por los ojos de la zagala. ¿No te dije que no te fiases de ellos, Jacinto? ¡Que eran muy burros! ¡muy burros! Adiós.
Toda la tarde me han picado las moscas. ¿Es que yo soy una mosca, Flora? No, tú eres un moscón; no picas pero zumbas, zumbas sin cesar y me mareas. ¿Quieres entonces que me esté callado? Sí, estate calladito y no me digas las simplezas que me ensartaste el día pasado en Rivota. Jacinto bajó la cabeza y permaneció en pie y silencioso. Su rostro terso de adolescente expresaba profunda tristeza.
Hasta que no pude más estuve arreando leña detrás del palacio del capitán, y cuando ya me vi cercado por más de treinta salté la cerca de la Pedrosa y me metí en la vega. El palo se me había roto en dos cachos sobre la mollera de Firmo de Rivota y tuve que sacar un bárgano de la sebe para defenderme.
Y esto sucedió entonces. Un mancebillo de Rivota saltó al cabo por encima de la hoguera y después de saltar gritó con voz recia: «¡Viva Lorío!» Un estremecimiento de susto corrió por toda la plazoleta. La inquietud y el malestar se pintaron en todos los semblantes. Otro chicuelo de Canzana hizo inmediatamente lo mismo y gritó con voz más recia aún: «¡Viva Entralgo!»
Palabra del Dia
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