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Mas aunque el Príncipe tártaro salió con gran secreto, la Princesa Venturosa, que tenía espías, y estaba, como vulgarmente se dice, con la barba sobre el hombro, supo al instante su partida, y llamó a consejo a la lavanderilla y a la doncella. Luego que las tuvo presentes, les dijo muy angustiada: Mi situación es terrible.

Los primorosos objetos, que en los salones había, eran para espantar por su riqueza y exquisito gusto, no ya a la lavanderilla, que poco de esto había disfrutado, sino a la mismísima reina Victoria, que hubiera confesado la relativa inferioridad de la industria inglesa, y hubiera dado patentes y medallas a los inventores y fabricantes de todos aquellos artículos.

No de los sucesos de su vida, sino que está encantado y que me tiene encantada, y doy por cierto que es valiente, generoso y leal. Señora, dijo la lavanderilla, yo puedo asegurar a V. A. que el Príncipe, si mi visión no es un sueño vano, parece un pino de oro, y tiene una cara tan bondadosa y dulce que da gloria verla.

La Princesa ama ya al Príncipe de la China y la lavanderilla al escudero, y ambas han mostrado la inocencia de su amor: ahora falta que la doncella favorita de la Princesa se enamore del secretario por idéntico estilo.

Nada de eso, contestó la doncella; quien trae las nuevas es una de las lavanderillas que lavan los lacrimosos pañuelos de V. A. Pues hazla entrar al momento. Entró la lavanderilla, que estaba ya detrás de una puerta aguardando este permiso, y empezó a referir con gran puntualidad y despejo cuanto le había pasado.

Una música sumisa e invisible les hizo salva al llegar y les regaló los oídos mientras comían. Criados, invisibles también, iban trayendo los platos y sirviendo admirablemente la mesa. Todo esto lo veía y notaba la lavanderilla, que sin ser vista ni oída, había seguido a aquellos señores, y estaba escondida en el comedor detrás de un cortinaje.

Allí estaba la ropa que había traído del río, y hasta la naranja corredora estaba allí también. ¿Si habrá sido todo un sueño? dijo para la lavanderilla. Quisiera volver al palacio del Príncipe de la China para cerciorarme de que aquellas magnificencias son reales y no soñadas.

Por último, al saber la mucha estima, veneración y afecto que el Príncipe le tenía, y el amor y cuidado con que guardaba las tres prendas robadas en la preciosa cajita de sus entretenimientos, la Princesita, a pesar de su modestia, no pudo contenerse, abrazó y besó a la lavanderilla y a la doncella, e hizo otros extremos no menos disculpables, inocentes y delicados.

Tres veces he ido inútilmente a tirar la naranja debajo del árbol, desde donde la tiró la lavanderilla; pero la naranja no ha querido guiarme al alcázar de mi amante. Ni le he visto, ni he podido averiguar el modo de desencantarle. Sólo he averiguado, por el Almanaque astronómico, que la noche en que la lavanderilla le vio, era el equinoccio de primavera.

Pues estamos frescas, dijo la lavanderilla; si después de lo que hemos pasado para encontraros, y siendo vos el único que podéis traducir esa enmarañada carta, salís ahora con que no queréis traducirla.