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A pesar de esto, estaba convencido que era la mismísima tía Silda, la que acababa de entrar: y no volvía en , te lo juro; ver lo que yo había visto, era para dejar patitieso a cualquiera, ¡figúrate! Y me devanaba los sesos, pensando: ¿qué habrá pasado en la calle Moreno? una desgracia, sin duda.

Los primorosos objetos, que en los salones había, eran para espantar por su riqueza y exquisito gusto, no ya a la lavanderilla, que poco de esto había disfrutado, sino a la mismísima reina Victoria, que hubiera confesado la relativa inferioridad de la industria inglesa, y hubiera dado patentes y medallas a los inventores y fabricantes de todos aquellos artículos.

Ties la cara de Dios, gitana; tus labios son casquites de limón, y cuando me miras, creo que me mira el buen Jesú de los milagritos con sus ojos dulces... Quisiera ser don Pablo Dupont con toas sus bodegas, para soltar el vino de las botas viejas que tiene er tío, y que vale miles de pesos: y meterías en el charco tus pies bonitos y yo le diría a too Jerez: «Beban ustés, cabayeros, que esto es la gloria». Y toos dirían: «Tiene razón Rafaé: ni que juesen los pinreles de la mismísima mare de Dios»... ¡Ay, niña! ¡si no me quisieras, güena suerte te esperaba!

Déjame que yo lo arregle; no sabes adonde llega mi habilidad; figúrate que estás hablando con la mismísima diplomacia. El ablandaría poco a poco a la fiera. Mientras ellos no fueran por allá, no correrían peligro alguno. El Mosco permanecía en sus territorios y juraba no volver a Madrid, por no encontrarse con los fugitivos. Le enfurecía que le hablasen de ellos.

Así lo hizo Lorenzo, a puro talón, ocupadas las manos en funciones previsoras, y cuando el tostado comprendió que se le ordenaba salvar el obstáculo, estiró una mano que, mientras doblaba la otra, fue bajando despacio, hasta afirmarla en el fondo de la zanja donde luego puso aquélla, quedando en la violenta posición consiguiente; aproximó en seguida las patas traseras una de las cuales metió en la zanja, que finalmente pasó tras contorsiones que dieron a Lorenzo la sensación de haber transmontado en dos trancos la mismísima cordillera de los Andes.

Quizás fuese la mismísima señora de Maubán sugerí. ¡No! exclamó Jorge resueltamente. La señora de Maubán estaba celosa de ella y para vengarse del Duque lo denunció al Rey. Y en confirmación de lo que digo, añadiré que la princesa Flavia se muestra ahora muy indiferente para con el Rey, después de haber estado con él lo más afectuosa y amante.

Básteles saber que este joven, poniendo en juego sus malas artes amorosas, embaucó y engañó y arrastró tras a quien había sido la misma firmeza, el pudor mismo y la mismísima lealtad, dejando burlada la ideal adoración de un hombre que había sido el dechado de la constancia y delicadeza.

Pues yo decía Perico a Pilar subí al cuarto de Artegui, porque la verdad, la verdad, me dio curiosidad cuando me dijeron que tenía una chica muy guapa, muy guapa, consigo. Claro que era para dar curiosidad a la mismísima estatua de Mendizábal, hombre.... Ese Artegui, a quien nunca se le conoció un mal trapicheo.... No, si es un raro, un raro. Riquísimo, y hace vida de fraile.

Entretanto, las costureras, que habían venido siguiéndolos desde los prados de San Juan hasta las huertas del Alta, y rindiéndoles culto á sus propias expensas, prescindieron también del motivo de las romerías para bailar, y también se bajaron á la población para bailar más tranquilas, y pujaron el alquiler de la mismísima huerta de Santa Lucía, y no hallaron sosiego hasta que lograron bailar en ella con el mismo gas y el propio decorado de las señoras, aunque en distintos días.

Ya tenía Benina un espantoso lío en la cabeza con aquel dichoso clérigo, tan semejante, por las señas y el nombre, al suyo, al de su invención; y pensaba si, por milagro de Dios, habría tomado cuerpo y alma de persona verídica el ser creado en su fantasía por un mentir inocente, obra de las aflictivas circunstancias. «En fin, veremos lo que resulta de todo esto se dijo subiendo pausadamente la escalera . Bien venido sea ese señor cura si viene a traernos algo». Y de tal modo arraigaba en su mente la idea de que se convertía en real el mentido y figurado sacerdote alcarreño, que una noche, cuando pedía con antiparras y velo, creyó reconocer en una señora, que le dio dos céntimos, a la mismísima Doña Patros, la sobrina que bizcaba una miaja.