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La vivaracha joven tocó una tanda de valses y llamó al pollo desconocido, nombrado Lisardo, según creo, para que le volviese las hojas. Don Alejandro, mientras tanto, paseaba a grandes trancos por el salón, con su aspecto sombrío.

En la visión, que pudiéramos llamar cinematográfica, de los diez trancos o capítulos en que está dividido El Diablo Cojuelo, cada uno sabe a cosa diferente de los demás: son cuadros distintos e independientes entre , que no tienen de común sino la intervención, o la presencia cuando menos, de los dos héroes de la novela.

¿A quién pediría socorro? «Deogracias» gritó llamando al portero. Felizmente, el portero estaba en la esquina de la calle de la Paz hablando con un conductor del coche-correo, y al punto oyó la voz de su señorita. En cuatro trancos se puso a su lado. «Deogracias... eso... que ahí suena... mira a ver...» dijo la señorita temblando y pálida.

Acabando de vestirse, empezó a dar trancos por la habitación, manoteando y hablando solo. «No, no, no... Si creen que me la dan, se equivocan. Lo más horrible es que mi tía es encubridora... Pues qué, ¿entraría nadie en la casa si ella no lo consintiera? Y Papitos también es encubridora. Buenas propinas se calzará. Pero ya te arreglaré yo, celestina menuda. Que no me vengan con tonterías.

Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope.

El mancebo se contuvo y envainó la hoja de golpe, mientras el criado examinaba su propia sangre en los dedos. No bastaba que fuese yo el desheredado, el estorbo, el hijo maldito, sino que agora les es permitido a los criados de mi hermano hacer mofa de rugió el segundón, mirando de hito en hito a su padre y recorriendo a trancos la cuadra.

Era plato propio de sábado, día en que no se podían comer de los animales terrestres sino los despojos. Vélez vuelve a emplearla en los trancos VII y X. Castillo Solórzano, en La Garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas: «¿Cómo alguacil? replicó el mismo alguacil . ¿Conóceme vuesa merced? Moreto, en la jorn.

A todo esto eran las tres de la tarde, y el tren para Madrid salía á las cinco. ¡Demasiado sabíamos lo mucho que nos quedaba que ver!..... Salamanca encerraba todavía iglesias, palacios, colegios, casas históricas y otros monumentos, para cuyo examen se requería por lo menos una semana de continuo andar..... Pero no podíamos disponer de más tiempo, y, además, estábamos tan rendidos, que teníamos que sentarnos á descansar en los trancos de las puertas, con gran asombro de los transeuntes..... ¡Habíamos andado tantísimo en dos días escasos!.....

Comprendió Poldy la intención del pájaro; no temió nada porque le consideró inofensivo, pero extrañó que se le mostrase tan cariñoso y que tan resueltamente y a largos trancos de sus zancas enjutas viniese hacia ella como si fuese un antiguo amigo suyo. ¿Le habría conocido y tratado antes y no lo recordaría entonces?

Llamábale al oído, paseábase a grandes trancos por la cuadra y, volviendo otra vez junto a él, le tocaba en el hombro. Al mediodía, Ramiro, cuyo espíritu había realizado laborioso camino, hizo llamar al lectoral.