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Los apodos son, cuándo biografía sucinta, cuándo retrato en miniatura. Los dos apodos de Froilán Escobar le historiaban y le retrataban. Llevaba ya veinte años de estudiante en la Universidad, y no porque fuese inepto para aprobar los cursos, pues era de notable despejo natural. Decía: «El hombre que quiere conocer la vida es estudiante hasta que se muere.

Despejó el señor Anselmo la estancia, y, con más premura de lo que pudiera esperarse de sus años y achaques, aderezóse don Mateo para salir. Su esposa y su hija estaban, como de costumbre, en la iglesia. Pidió el desayuno. No puedo dárselo, señor. La señora, se ha llevado las llaves, y no hay chocolate fuera. ¡Siempre lo mismo! murmuró el anciano, no tan enojado como debiera.

Loca, arroja a su hijo a un estanque, donde se ahoga; mientras que a su madre le da el narcótico deliberadamente, en todo el despejo de su juicio, y sin que el narcótico quite ni ponga al argumento o desarrollo de la acción. Es un refinamiento de diablura y de realismo pecaminoso, enteramente inútil y que está de sobra.

No poca gente de Castilla pudiera ir por allá a aprender a hablar castellano, ya que no a pronunciarle. Sin adulación servil aseguro que la cordobesa es, por lo común, discreta, chistosa y aguda. Su despejo natural suple en ella muy a menudo la falta de estudios y conocimientos. Sus pláticas son divertidísimas. Es naturalmente facunda y espontánea en lo que dice y piensa.

De manera que se puede «planchar» tanto por sobra como por ausencia de despejo. Frecuentemente se ven también algunas muchachas bonitas que «planchan». Son figuras de belleza inerte, como los angelones de retablo. La hermosura sin gracia, decía Ninón, es como un anzuelo sin cebo. Su espíritu apagado y su inteligencia opaca hacen que su compañía sea aburrida y tediosa.

Desde que Juanita tuvo seis años don Pascual, prendado de su despejo y de su viveza, se había esmerado en enseñarle a leer y escribir, algo de cuentas y otros conocimientos elementales. Juanita había tenido en el maestro de escuela un admirador constante y útil, porque había sido para ella, a falta de aya, ayo gratuito y celosísimo.

Respondiendo a los deseos del conde, mi abuelo optó por la carrera eclesiástica, en la cual, dado su natural despejo, mi padre llegaría, probablemente, a cardenal; pero mi padre no sentía afición a los cánones, y, sobre todo, el conde, que alardeaba de volteriano, dijo en seco que no.

No se puede negar que Antoñona estuvo discretísima en esta ocasión, y hasta su lenguaje fue tan digno y urbano, que no faltaría quien le calificase de apócrifo, si no se supiese con la mayor evidencia todo esto que aquí se refiere, y si no constasen además los prodigios de que es capaz el ingénito despejo de una mujer, cuando le sirve de estímulo un interés o una pasión grande.

Yo sospecho que será una beldad lugareña y algo rústica. Por lo que de ella se cuenta, no acierto a decidir si es buena o mala moralmente; pero que es de gran despejo natural. Pepita tendrá veinte años; es viuda; sólo tres años estuvo casada. Era hija de doña Francisca Gálvez, viuda, como Vd. sabe, de un capitán retirado Que le dejó a su muerte Sólo su honrosa espada por herencia,

El vencedor de los infieles era el barítono Minghetti, que lucía dos espuelas como dos soles, y tenía un vozarrón tremendo, no mal timbrado y lleno de energía. En vano la Reina le pedía perdón, colgándosele del cuello, previo el despejo de la sala, cubierta de coristas, todos ellos viles cortesanos. El barítono no transigía; huía de los brazos de la Reina y llamaba a gritos a la otra.