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Avisábanse mutuamente las madres cuando un niño se escapaba, se descalabraba o hacía cualquier diablura análoga; y como el derecho de azotar era recíproco, las infelices criaturas venían a estar en potencia propincua de ser vapuleadas por el barrio entero.

El pensamiento ha sido diabólico... pero yo necesitaba vengarme... á conspirador, conspirador y medio, y salgan allá por donde puedan. ¡Ah! ¡Ah! estoy orgullosa de misma, y creo que si yo me dedicara á la intriga, sería... todo lo que quisiera ser. Y la condesa, respondiendo á su pensamiento, satisfecha de su diablura, soltó una alegre carcajada.

Usted, , , se tomó por él tanto interés cuando aquella diablura de su encierro en la cárcel de Villa, que no dudo en acudir a usted, ahora que el insigne guerrero del Altísimo se halla en un trance mucho más peligroso.

Vamos que merecías una zurra, como las chicuelas malcriadas que hacen alguna diablura. Y su mano blanca se movía tras la rejilla con burlona expresión de amenaza. , que eres aficionada á lecturas como todas las jovencitas del día, pídele á tu madre un libro titulado «La entrada en el mundoSi ella no lo tiene, te lo dará tu primo Urquiola que seguramente lo sabe de memoria.

Si mientras el Tuerto estaba á la mar, alguno de sus hijos rompía la olla, ó se comía el pan que estaba en el arcón, ó hacía cualquiera diablura propia de su edad, en el balcón le sacudía el polvo su madre, en el balcón le estiraba las orejas y en el balcón le bañaba en sangre la cara.

Todo lo averiguan... Bueno, señor; esto va a costarme algunas libras más. Y volvía a reír, contemplando con una mirada entre irónica y amorosa «aquella diablura de los gringos» tan aficionados a categorías y honores. Maltrana, en su inquieta movilidad, salió del jardín de invierno para dirigirse al café.

Pasó por fin la última roca, la Diablura, donde iba la gente de trueno, más atroz en sus obsequios y tenaz en proporcionar ganancias a los almacenes de cristales, y la calma se restableció en la plaza, comenzando a aclararse el gentío. En casa de Cuadros, las señoras, cansadas de permanecer tanto tiempo de pie en los balcones, iban en busca de los mullidos asientos de las salas.

Si mientras el Tuerto estaba á la mar, alguno de sus hijos rompía la olla, ó se comía el pan que estaba en el arcón, ó hacía cualquier diablura propia de su edad, en el balcón le sacudía el polvo su madre, en el balcón le estiraba las orejas y en el balcón le bañaba en sangre la cara.

¿Cómo es eso, muchacha? ¿Qué diablura se te ocurre? ¿Estás enamorada quizás? Y si lo estás, ¿qué mal hay en ello? ¿No eres libre? Cásate, pues, y déjate de tonterías. Seguro estoy de que mi amigo D. Pedro de Vargas ha hecho el milagro. ¡El demonio es el tal D. Pedro! Te declaro que me asombra. No juzgaba yo el asunto tan mollar y tan maduro como estaba.

Pero no sólo el prurito de darse tormento como a cada hijo de vecino, le había inspirado aquella diablura de coronarse de espinas y dar un gustazo a los recentales de su rebaño pedagógico, sino que era gran parte en aquella exhibición anual la pícara vanidad. El saber que una vez al año, él, Vinagre, don Belisario, era objeto de la espectación general, le llenaba el alma de gloria.