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Todavía transigía, no obstante, con la caldereta merendada allá en algún recodo de la costa, sentado sobre una peña donde manase agua fresca potable.

Torquemada representaba la idea conservadora; pero transigía, ¡pues no había de transigir! doblegándose á la lógica de los tiempos.

El vencedor de los infieles era el barítono Minghetti, que lucía dos espuelas como dos soles, y tenía un vozarrón tremendo, no mal timbrado y lleno de energía. En vano la Reina le pedía perdón, colgándosele del cuello, previo el despejo de la sala, cubierta de coristas, todos ellos viles cortesanos. El barítono no transigía; huía de los brazos de la Reina y llamaba a gritos a la otra.

La señorita le tiraba bondadosamente de las orejas. Como vuelvas a traer aquí tales ascos..., verás, verás. Te he de colgar de la chimenea como a los chorizos, para que te ahúmes. Julián transigía con estas intimidades, mientras no sorprendió el secreto de otras harto menos inocentes.

Y yo miraba extasiado aquel grupo y me decía a mismo: ¡Ah, si algún día llegase yo a saber lo que sabe el doctor Trevexo! ¡Si llegase a ser un guerrero como Valdelirio! ¡Y después, aterrado de mi petulancia íntima, transigía con una fórmula más modesta: ¡Si llegase a ser ministro español! Las lágrimas consagraban el éxito del drama y de los actores en el tercer acto.

El duque transigía, en cierto modo, con el espíritu moderno: había comprado bienes nacionales, lo cual le hacía relativamente liberal; era individuo de varios consejos de administración de sociedades de crédito; viajaba con billetes de libre circulación; defendía las instituciones; hablaba del turno pacífico, y se llamaba conservador.

Y, sobre todo, esa infernal manía de ir contra Dios, de quitar al pobre sus sentimientos religiosos, de hacer responsable a la Iglesia de todo lo malo que ocurre, y que no es más que obra del maldito liberalismo... Don Pablo se indignaba al recordar la impiedad de la gente rebelde. En esto no transigía. Salvatierra y cuantos fuesen contra la religión le encontrarían enfrente.

Desde por la mañana conocía Pepe cuándo tenía intención de salir, viéndola dar cien vueltas a los pocos trapos que tenía y peinarse como dama que va de baile: algunos días lo evitaba, otros transigía, recelando que una disputa lo empeorase todo.

Y pude dominar mi indignación, por respeto a las intenciones de mi madre, que no eran, que no podían ser las que cualquiera tendría derecho a leer en la letra descarnada de sus precedentes advertencias, encomios y recomendaciones; cualquiera menos yo, que conocía hasta qué punto cegaban a aquella señora las pompas y vanidades del mundo, y con qué facilidad transigía con los riesgos más graves, si la costumbre los autorizaba y si sus planes de bambolla los pedían. «¡Dinero, dinero a todo trance, y mundo esplendoroso en que lucirle! «Este venía a ser, en substancia, el objeto, el fin, la aspiración única, y hasta la religión de mi madre, y por eso, creyendo de buena fe que en ello trabajaba por mi felicidad, al ofrecerme por marido a don Mauricio, intentaba, con tan poca prudencia, desvanecer los escrúpulos que yo tuviera para aceptarle.

Había sido un suicida con suerte en los primeros tiempos, cuando necesitaba crearse un nombre, y la gente no transigía ahora con su prudencia. El insulto acompañaba siempre a sus intentos de conservación. Apenas tendía la muleta ante el toro a cierta distancia, estallaba la protesta. ¡No se arrimaba! ¡tenía miedo!