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Pues se ha decretado que son mamarrachos netos todos los individuos que creen en la liberación por el desprendimiento, y en que se debe dar la morcilla a la bestia. A los que sostienen la herejía filosófica de que va a venir un nuevo Mesías, encarnándose en una buena moza, etc., etc..., se les declara memos de capirote y se les condena a comer virutas».

El aire estaba impregnado con el olor de la cocina de Navidad, y era la estación en que las sobras del cerdo y de la morcilla sugieren la caridad a las familias acomodadas. Las desgracias que le habían sucedido a Silas lo colocaban en primera fila en los espíritus de las dueñas de casas tales como la señora Osgood.

Iba a enfilar la puerta como una exhalación; pero viéndola ocupada por el amo, saltó sobre el mostrador, sin duda para que le sirviera de trampolín; y derribando y haciendo añicos media docena de vasos y una botella, cruzó el espacio como un cohete; pasó, sin tocar, sobre la cabeza de Simón; cayó en la calle, sin soltar la morcilla, por supuesto, y desapareció en la calleja inmediata.

Comieron el capón asado, las truchas salmonadas, las olorosas judías con morcilla y lacón, la rica empanada de anguilas, todo aderezado y servido por las manos primorosas de D.ª Robustiana, á quien servía en esta ocasión de azafata la vivaracha Flora.

Olimpia me sacaría los ojos si supiera las cosas que le digo a su novio; pero que se fastidie. Ya le he conocido siete osos, y lo que es a este no le pesca tampoco. Yo le he tomado bajo mi protección, y le he de salvar. ¡Buen turrón le caía si se casara...!». ¡Qué risa con usted! ¡Pobre Ponce! Ya le decía yo que era un buen chico, y usted empeñado en darle la morcilla. ¡Ah!, de buena escapó.

Pero en casa de Jeromo no se engaña á nadie, y la tía Simona alarga media morcilla de manteca á los marzantes; y éstos, después de echar la primera copla, se marchan relinchando de placer. La familia tira los últimos golpes á la cena, agótanse los jarros de vino, y el chicuelo despierta preguntando por los marzantes.

Comiose con muy buen apetito y con mucho placer por estas noticias su escudilla de uña y morcilla el señor Viváis-mil-años, y se restituyó a su casa, sacó la celosía y colgó las bacías a la puerta, y se puso a rasguear la guitarra, esperando al primero que tuviese necesidad de rasurarse.

Y murmurando así la tía Simona, deja las almadreñas á la puerta del estragal; cuelga la saya de bayeta con que se cubría los hombros del mango de un arado que asoma por una viga del piso del desván; entra en la cocina, siempre seguida del chico, con la cesta que traía tapada con la saya; déjala junto al hogar; añade á la lumbre algunos escajos; enciende el candil, y va sacando de la cesta morcilla y media de manteca, un puchero con miel de abejas y dos cuartos de canela; todo lo cual coloca sobre el poyo y al alcance de su mano para dar principio á la preparación de la cena de Navidad, operación en que la ayuda bien pronto su hija que entra con dos escalas de agua y protestando que «no ha hablao con alma nacía, y que lo jura por aquellas que son cruces..., y que mal rayo la parta si junta boca con mentira».

No estaba conforme con la comida que les sirvió Marañón, el dueño del café de Altavilla. Después de haberse hartado como un salvaje, decía que todos aquellos platos eran perfumerías, y que donde estaba una fuente de judías con morcilla, longaniza y huesos de marrano deben callarse los macarrones.

Se figuraba sacada a pública subasta. Doña Águeda y después su hermana trataron con gran espacio el asunto de la cotización probable de aquella hermosura que consideraban obra suya. Para doña Águeda la belleza de Ana era uno de los mejores embutidos; estaba orgullosa de aquella cara, como pudiera estarlo de una morcilla.