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Procuraba, además, arrojarlo de su propio pensamiento como indigna extravagancia; pero recelaba a veces que en Tiburcio había algo de sobrehumano o de extrahumano; un no sabemos qué de diabólico, a pesar de que Tiburcio era tan fiel, tan servicial y para con él tan bondadoso y tan divertido, que aun suponiéndole diablo, le calificaba de buen diablo.

Esteven pudo encajar en este primer paréntesis de S. E. su respetuosa protesta contra una resolución que calificaba de poco patriótica; el ilustre doctor Eneene se debía a los suyos, ante todo, y si la revolución venía, que no vendría, hallábase obligado a esperarla a pie firme, dispuesto a vender cara su cartera y a defender sus actos.

Podía considerarse la primera como la personificación de la amenidad serena y elevada, y la segunda como la del regocijo y bullicioso trastulo de los seres humanos: de tal al menos calificaba donna Olimpia a su compañera. Y Tiburcio añadía, en alabanza de ambas, que eran, por estilo profano, como Marta y María, representando una de ellas la vida contemplativa y la vida activa la otra.

El antiguo cabecilla le escuchaba con visible impaciencia y, frunciendo el torvo entrecejo, solía contestarle ásperamente: Anda adelante y no te detengas en pataratadas. ¡Pataratadas! El cura de Peñascosa calificaba así los extravíos de una conciencia, los dolores del remordimiento.

También estas amenazas llegaron a noticia de Pepe Güeto, de donde resultó, que donde quiera que se veían él y ella, se amenazaban de nuevo, y él la reprendía de desenvuelta y alborotada, y ella se reía de la seriedad de él y le calificaba de tonto.

Paco, que tenía seis años más que la mayor de ellas, y diez más que la segunda, lo cual en la primera edad parece enorme diferencia, les tenía un cariño que él calificaba de paternal.

Paco amaba a don Braulio, aunque era quien más le había siempre echado en cara que se pasase de listo, que tuviese maneras de pensar que él calificaba de tortuosas y que se hiciese víctima de los más alambicados y singulares sentimientos. Apenas leyó la carta, creyó que Braulio estaba loco. No podía creer la falta de doña Beatriz: tan buena opinión tenía de ella.

Para remachar el clavo con que el crítico hería el orgullo de la América latina, como ahora se dice, había en el artículo algunas amonestaciones a la artista, a fin de que no se dejase enternecer por las ardientes adoraciones de los entusiastas americanos, a quienes el articulista calificaba de sensuales y de candorosos, y que, inflamados de amor, irían a ponerse de hinojos ante ella.

Era su gobernador mi padre, y me acuerdo que un poeta ménos que mediano, aunque no fuese medianamente desaliñado su estilo, llamado Azarria, hizo unas malas coplas en elogio mio, en las quales me calificaba de descendiente de Minos en línea recta; mas habiendo luego quitado el gobierno á mi padre, compuso otras en que me trataba de nieto de Pasifae y su amante.

Se le figuró percibir desde la escalera que hablaba del periódico y que lo calificaba de «solemne payasada». El corazón le dió un vuelco y entró en la sala agitado y triste. Al verle Maza, que gesticulaba en medio de un grupo, se calló, púsose el sombrero con ademán hosco y fué a sentarse en el diván.