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¡Qué delicia! murmuró Currita; y mordiéndose los labios hasta hacerse sangre, volvió a leer por dos veces la carta, sentándose antes en una butaca. Quedóse luego, pensativa breve rato, sin que denunciase su alteración más que un imperceptible temblorcito en la mano que sostenía la carta, una ligera crispatura en los labios, un torvo reflejo en la vista, fija siempre en la alfombra.

Aquí y allá, a lo largo de los caminos, la recua o el rebaño levantan grandes nubes de polvo, cual si fueran ejércitos. Torvo reflejo mineral flotaba sobre el Valle de Amblés. El paisaje era aún más austero bajo aquella claridad implacable. Comenzaba la trilla. La mies rebrillaba en las eras. Los labriegos tenían que turnarse sin cesar para ir a beber a la sombra de los carros.

Un trastazo le echa á pique, y otro le saca á flote; la cabeza se atontece, y el que mejor sabe anadar, trata de olvidarlo pa acabar cuanto antes. Pues á usted de algo le ha servido el saber nadar, puesto que logró salvarse donde tantos otros perecieron. Miróme el hombre con torvo ceño, y díjome con profundísima convicción: ¡Ni pizca, tiña! ¿Cómo salió usted á tierra, si no?

Lo cierto es que su gentileza ya mencionada, su discreción, despejo y buen trato, se hicieron notorios en Jerusalén, y que las damas le ponían en las nubes. Hasta un no qué de torvo, de melancólico y de trágicamente distraído, que había en su lindo semblante, le hacía más grato a las damas.

Son unas botas de don Manolito Cuevas; para un arreglo. Pues no se las arregles si no las paga por adelantado; es un hambrón, que no tiene ni para sardinas rezongó Xuantipa, recobrando su habitual rostro torvo, de Euménide . ¿Cuántos pares te debe? Belarmino no se acordaba con precisión. Lo mismo podían ser quince, que veinte, que veinticinco pares.

Hijo del pabellon del Argentino Su bandera dió sombra al peregrino Como el palmero al pobre viajador; Pero el feroz tirano, en torvo ceño, Los despertó de su ajitado sueño En la tierra de lenta proscripcion.

Mostrábanse tristes, fatigados, con el ceño torvo, parcos en palabras, sin otro deseo que el de pedir la cena, maldiciendo sordamente al maestro, a los compañeros, a todos los ricos, a la vida adusta e ingrata, que sólo tenía para ellos rudezas y choques.

Los hombres se miraban con torvo ceño, las mujeres pataleaban y chocaban las manos, con la mirada perdida en una estúpida vaguedad, como si la música les vaciase el cráneo. Las bailadoras ondulaban como serpientes erguidas. Tenían la boca apretada, la mirada dura, graves, altivas, inabordables, como bayaderas que estuviesen actuando en un rito sagrado.

Y algo se asemejaba Barbacana al tipo de los san Jerónimos de escuela española, amojamados y huesudos, caracterizados por la luenga y enmarañada barba y el sombrío fuego de las pupilas negras. De aquí no salen añadió con torvo acento , y aquí no pierden el tiempo, que todavía nadie se la hizo a Barbacana sin que algún día se la pagase.

Llega después un hombrecillo torvo y desaliñado, tocado con un chapeo raído que cubre su calva de santo, ancha y reluciente. Es un inventor desgraciado. Había trabajado día y noche en su taller, renunciando a los holgorios de la mocedad, al regalo de la hembra y a toda dulzura de los sentidos. Empleó su pequeña fortuna en el trabajo y en el estudio, hasta obtener una nueva máquina.