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Actualizado: 15 de junio de 2025
El señor duque maldita la gana que tenía de cantar ni aun escuchar sus regocijados trinos. Pasó de largo con el semblante torvo, sin responder a los saludos de los jardineros y del portero, mordiendo con más ensañamiento que nunca su enorme cigarro. En la calle no tardó en colorearse un poco su rostro. Tuvo un encuentro agradable y útil.
Los clérigos debieron de entender que se habían excedido un poco en la defensa de aquel patriarca, porque dirigían la palabra con semblante humilde tanto a D. Pantaleón como a Moreno. El mismo presbítero gordo vino a decirles que retiraba todas las bofetadas que había dado. Con esto D. Pantaleón se dio enteramente por satisfecho, y no comprendía cómo Moreno se mostraba aún torvo y enojado.
Si Romeo y Julieta, en medio de sus coloquios y deliquios, «bajo la pálida gracia elísea de las noches de luna» hubieran tenido una palabra hiriente o un concepto depresivo, aquel su estado de gloria se habría interrumpido al instante, y el vivo rescoldo de su amor se tornaría en llamarada de odio, o en triste y helada melancolía, o en torvo rencor, aunque luego desapareciese tal estado de ánimo para retornar al amor.
Moreno se mostraba torvo y receloso, hallándose tristísimo en la aborrecible compañía de «tanto explotador de la ignorancia humana.» En cambio D. Pantaleón, siempre grande y profundo, parecía hechizado; no se cansaba de hacer observaciones antropológicas sobre todo lo que veía y oía, sacando a cada instante su cuaderno de notas y escribiendo en él, sin advertir la curiosidad de que era objeto.
El de ahora era tan gordo, por los datos indecisos que el duque le suministraba, que le obligó a meterse de golpe en la cáscara. Así que Salabert comenzó a precisar un poco, púsose torvo y sombrío, mostróse receloso e inquieto, como si entonces mismo le fuesen a exigir una cantidad exorbitante.
Como el viagero en agua trasparente; Pichon que bajo el ala adormecido Desafias las lluvias en tu nido; Hija mia, entre sueños virginales, Envuelta por los brazos maternales, Y en esa fuente del materno seno Bebe un raudal que de virtudes lleno En cada gota verterá en tu mente De nobles pensamientos la simiente, Que dormirán hasta que en torvo ceño El tiempo venga á perturbar el sueño; Y puros sentimientos, ángel mio, Que jerminando cual la flor de estio, Derramarán en tu alma ese perfume Que la virtud de la niñez asume; Y beberás un bálsamo del cielo Para espresar dolores en el suelo, Para exhalar mil gotas cristalinas Como su aroma blancas clavelinas: Porque el llanto es la flor que brota hermosa En el alma sensible y candorosa, Y el rostro donde nunca ha resbalado Es arenal que el cielo no ha regado.
En seguida, aludiendo a las pretensiones amorosas del mancebo, acabó por decir, con la mano en alto y la voz estremecida y solemne: ¡Antes morir, hija mía, antes morir que mancillar nuestra clarísima sangre con sangre de moros! Afuera, en la ciudad, torvo sosiego de siesta castellana. La luz del mediodía arde rabiosa en los pétreos paredones, caldea los hierros, requema el musgo de los tejados.
Antonio, su cuñado, acogía este éxito con torvo ceño y sordas protestas delante de su mujer y su suegra. Un desagradecido el espada.
Se puso el doctor como una cereza.... Miró a Visita con torvo ceño y echándose a adivinar exclamó con enojo: ¡Estamos mal!... Aquí se ha hablado mucho.... Me la han aturdido, ¿verdad? ¡Como si lo viera... mucha gente, de fijo... mucha conversación!... Entonces fue Visita quien sintió encendido el rostro. Somoza había adivinado. No sabía medicina, pero sabía con quién trataba.
Palabra del Dia
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