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La familia sentía el alborozo de un pueblo que con la rebeldía recobra la libertad. Marcharon todos hacia la acequia, que murmuraba en la sombra. La inmensa vega perdíase en azulada penumbra; ondulaban los cañares como rumorosas y obscuras masas, y las estrellas parpadeaban en el espacio negro.

Incomprensible apatía le inundaba: una inconsciencia, una vaguedad de emoción, comparables al comienzo de la embriaguez. Su razón meditaba sin comprender. La frescura de la noche hacíale sonreír. Abajo, profundamente, los altozanos ondulaban con color fosco de acero. El convento de la Encarnación, con sus tristes paredes pálidas, adormía en la noche su sosiego santo.

Luego volvía á reaparecer al otro lado de la colina, entre las arboledas y los sonrosados palacetes del Cap-Martin. Los rieles ondulaban luminosamente bajo el sol como dos regueros de metal líquido. Aún no había llegado el tren á este lado, pero su estrépito creciente parecía animar el paisaje.

Los cuellos almidonados de los hombres perdían la acorazada tersura de su planchado; se ondulaban como muros de porcelana próximos a resquebrajarse. De las orejas velludas colgaban perlas de sudor.

Los hombres se miraban con torvo ceño, las mujeres pataleaban y chocaban las manos, con la mirada perdida en una estúpida vaguedad, como si la música les vaciase el cráneo. Las bailadoras ondulaban como serpientes erguidas. Tenían la boca apretada, la mirada dura, graves, altivas, inabordables, como bayaderas que estuviesen actuando en un rito sagrado.

Cuando el sol se hundía, como una enorme elipse roja, tras las capas atmosféricas que ondulaban sobre el suelo, la tormenta, silenciosa, solemne, triunfal, descargó sus primeras gotas que, amplias y gruesas, golpeaban en los ramajes y levantaban del suelo tenues circulillos de polvo finísimo.

Volvióse rápidamente, y á la difusa luz de las estrellas creyó ver un bulto negro saliendo del camino con silencioso salto y ocultándose detrás de un ribazo. Batiste requirió su escopeta, y montando las llaves se aproximó cautelosamente á dicho sitio. Nadie.... Únicamente á alguna distancia le pareció que las plantas ondulaban en la obscuridad, como si un cuerpo se arrastrase entre ellas.

Salían á su paso faldas de blanco revoloteo, velos que ondulaban como nubes de colores, risas y trinos parlantes en un español que parecía puesto en música; todo el estrépito juguetón de una jaula de pájaros del Trópico. Los ex presidentes de República generales ó doctores que iban á descansar á Europa le contaban en el puente, con una gravedad napoleónica, los principales hechos de su historia.

Al entrar en Gallarta, el médico pasó apresuradamente ante su casa, temiendo que les viera Catalina y le apostrofase por su subida al monte. Vivo, muchacho; vamos aprisa. Son las siete y aún he de tomar el tren para Bilbao. Pasaron apresuradamente por la calle principal de Gallarta, una cuesta empinada y pedregosa con dos filas de casuchas que ondulaban ajustándose á todas sus tortuosidades.

Entre las pilastras del comedor ondulaban abullonadas las banderas de diversos pueblos. Guirnaldas de rosas contrahechas y bombillas eléctricas de varios matices tendíanse de capitel a capitel. Al final del salón, sobre una columna rodeada de plantas y teniendo como fondo el pabellón alemán, erguíase un gran busto de yeso, el del héroe de la fiesta, con fieros y majestuosos bigotes.