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El órgano resonaba tan alegremente, que en ese momento modifiqué algo mis ideas acerca de la música. El altar estaba cuajado de flores, deslumbrante de luz, y todos los detalles del arreglo dirigido por el gusto artístico de Blanca, me encantaban los ojos. Mi marido me colocó en el dedo el anillo nupcial con trémula mano, y mordiéndose su lindo bigote para disimular el temblor de sus labios.

Ademas... yo no quiero ir en contra de Makaraig. Pero si no es ir en contra, es solamente... Plácido ya no oía, ya estaba lejos y andaba de prisa dirigiéndose á su clase. Oyó diferentes ¡adsum! ¡adsum! ¡carambas, se leía la lista!... apretó los pasos y llegó precisamente á la puerta cuando estaban en la letra Q. ¡Tinamáan ng...! murmuró mordiéndose los labios.

¡Bah! ¡bah! exclamó alzando la voz y apartándose . En cuanto tengáis unas copas de Jerez en el cuerpo, se van a oir los besos que os deis, desde la calle. -Socorro quedó acortada mordiéndose los labios. Temía que Amparo hubiese advertido algo.

«¡Sigue la broma! se dijo mordiéndose los labios . Pero yo ¿qué hago aquí? ¿Qué me importa todo esto?... Si ella es como todas... mañana lo sabré. ¡Estoy loco! ¡estoy borracho!... ¡Si me viera mi madre!». En la pared de la casa de enfrente la luz que salía por los balcones interrumpía con grandes rectángulos la sombra, y por aquella claridad descarada y chillona pasaban figuras negras, como dibujos de linterna mágica.

Quiero ir absolutamente solo, para demostrar a mi pueblo que tengo confianza en él. Sarto extendió una mano hacia , y el General pareció vacilar. ¿No han sido comprendidas mis órdenes? pregunté; y el General, mordiéndose otra vez el bigote, dio las órdenes necesarias. Vi que Sarto se sonreía ligeramente, pero también me hizo con la cabeza una señal negativa.

Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón. El mayor tenía doce años y el menor, nueve.

Fuera lloriqueaban los pequeños sin atreverse á entrar, como si les infundieran terror los lamentos de su madre; y junto á la cama estaba Batiste, absorto, apretando los puños, mordiéndose los labios, con la vista fija en aquel cuerpecito, al que tantas angustias y estremecimientos costaba soltar la vida.

El día era una tregua, Julî confiaba en algun milagro; las noticias que venían de Manila, si bien llegaban abultadas, decían que de los presos algunos habían conseguido su libertad gracias á padrinos y á influencias... Alguno tenía que salir sacrificado, ¿quién sería? Julî se entremecía y se retiraba á su casa mordiéndose las uñas de los dedos.

Arrimose en esto Maravillas a la cómoda, sobre la cual estaba la luz con que se alumbraban allí él y su padre; subió las gafas hasta dejarlas encaramadas sobre las cejas; levantó el periódico que tenía entre las manos, bajando al mismo tiempo la cabeza, de manera que no quedó el espacio de dos pulgadas entre los ojos y el papel, y comenzó a leer con voz nasal, atiplada y clamorosa, mientras el tabernero se le acercaba de puntillas, con una mano colocada detrás de la oreja y mordiéndose el labio inferior.

Cerca de ella estaba sentado un coronel joven, recién venido de Madrid, después de haberse distinguido en la guerra de Navarra. La condesa, que no era hipócrita, tenía fijada en él toda su atención. El general Santa María los miraba de cuando en cuando, mordiéndose los labios de impaciencia.