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Estaba Yáñez maldiciendo la injusticia de los hombres, que por unas cuantas cuartillas emborronadas en un momento de mal humor le obligaban a dormirse todas las noches arrullado por el delirio de un condenado a muerte, cuando oyó fuertes voces y pasos apresurados en el mismo piso donde estaba su departamento. No; no dormiré ahí gritaba una voz trémula y atiplada . ¿Soy acaso algún criminal?

Un apetitoso olor de guisado salía de la cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba cacerolas, envuelta en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las parrillas; en las habitaciones altas, las del niño, se oía el chasquido del cepillo. ¡Pampa! chilló allá arriba una voz atiplada.

Los abonados al paraíso del Teatro Real saben muy bien que cuando Gayarre en el primer acto brama con voz atiplada la giovinezza, es con el objeto exclusivo de ir a decir ternezas a Margarita en el tercero. ¿Y quién era Margarita? Una muchacha que hilaba, barría, lavaba la ropa de sus hermanos y paseaba los domingos por Recoletos.

El ayudante hablaba mejor, y adquiría cierto donaire en cuanto se trataba de denigrar al clero. Pido la palabra gritó una voz atiplada desde un palco. ¿Quién es? ¿Quién es? se preguntaron unos a otros los espectadores y los altos dignatarios del escenario. Es el hijo del Perinolo. ¿Quién? El hijo del Perinolo. El hijo del Perinolo.

Estaban solos; pero a pesar de esto, el bebé hablaba con su voz atiplada de máscara, fijando, a través de los agujeros del antifaz, sus ojos negros y profundos en los de Isidro. Yo no soy Feliciana, pero soy su mejor amiga.

Al llegar á la calle Ancha vió un grupo más numeroso. Pasó cerca sin intención de pararse, cuando uno se adelantó hacia él y le detuvo. ¿Quién podía ser sino el pomposo Calleja, el barbero insigne de La Fontana? Haciendo grandes aspavientos y dando al viento su atiplada voz, puso sus pesadas manos sobre los hombros del joven, y dijo: ¡Eh!, muchachos, aquí está el gran hombre, nuestro hombre.

Tío Juan, el perito, canturria, con voz atiplada y temblorosa, aires de sus mocedades, y, recordando galantes aventuras, enamora á la disimulada á la mujer de Antón. Ogenio palpa con torpe mano las monedas que le quedan en el bolsillo, y contando por los dedos de la otra, sostiene y jura que ha dado dinero de más á Perales.

¡Adentro! dijo una voz atiplada. ¿El señor Castro Pérez? ¡Adentro! repitió la voz de falsete. Era el escribiente. Mala impresión me causó tan delicada personilla.

El más desalmado tenía una cara de Rafael, con profusión de cabellos rubios: Arturo, el jugador, tenía el aire melancólico y el ensimismamiento intelectual de un Hamlet: el hombre más sereno y valiente apenas medía cinco pies de estatura, con una voz atiplada y maneras afeminadas y tímidas. El término truhanés aplicado a ellos constituía más bien una distinción que una definición.

Arrimose en esto Maravillas a la cómoda, sobre la cual estaba la luz con que se alumbraban allí él y su padre; subió las gafas hasta dejarlas encaramadas sobre las cejas; levantó el periódico que tenía entre las manos, bajando al mismo tiempo la cabeza, de manera que no quedó el espacio de dos pulgadas entre los ojos y el papel, y comenzó a leer con voz nasal, atiplada y clamorosa, mientras el tabernero se le acercaba de puntillas, con una mano colocada detrás de la oreja y mordiéndose el labio inferior.