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Tío Juan, el perito, canturria, con voz atiplada y temblorosa, aires de sus mocedades, y, recordando galantes aventuras, enamora á la disimulada á la mujer de Antón. Ogenio palpa con torpe mano las monedas que le quedan en el bolsillo, y contando por los dedos de la otra, sostiene y jura que ha dado dinero de más á Perales.

Á Perales le aseguran que Ogenio le engañó, dándole dinero de menos; á éste, que está, en efecto, relampagueando y que al fin tronará; á la pobre mujer, que realmente ha sido muy atravesá y muy revoltosa, y que si pellizca al tío Juan, hace muy bien, porque ella se entiende.... Pero al oir esto, su marido, aunque no es celoso, ni mucho menos, da instintivamente un tirón á la saya que lleva agarrada entre sus dedos; y como su dueña no está para grandes pruebas de equilibrio, viene al suelo como un fardo.

El otro, más joven y de mejor traza que éste, que pasea alrededor de los novillos examinándolos con gran atención, es el comprador: llámanle Ogenio Berezo, y es de las inmediaciones. De los que forman el círculo, los cuatro son meros curiosos que, á título de conocidos de los primeros, se han aproximado al olor de la robla.

En el mismo instante Ogenio toca en el bolsillo á Antón para advertirle que quiere ventilar la duda que le preocupa, y éste, siempre soñando con los ladrones, sobrecógese de horror, dase por muerto, quiere huir, tropieza con su mujer y cae sobre ella; apresúrase el otro á levantarle, pierde el equilibrio y da de hocicos sobre los dos caídos; acuden, al estrépito, los demás personajes; creen que aquello es una lucha, enmaráñanse para separarlos, empújanse los unos á los otros, y al cabo y al fin caen todos amontonados sobre la desdichada mujer que grita y se lamenta medio sofocada por tan enorme peso.

Esa es la verdá; y vamos, Antón, á estimar la pareja, como el otro que dice, con equidá. Pos la pareja, Ogenio, por ser para ti..., la pareja; que, como ha dicho el señor, no tiene pero; la pareja, y que no vea la cara de Dios si te engaño; la pareja vale treinta doblones como dos cuartos. no quieres vender, Antón contesta con cierto desdén el atildado Ogenio.

Por dicho de eso, yo tampoco, Ogenio; y si das los veintiocho, tuya es la pareja. Grandes murmullos en el grupo; anímase el tío Juan, y exclama, imponiendo silencio á los circunstantes: Ni los veintisiete ni los veintiocho, que han de ser los veintisiete y medio, y se pagará la robla además. Corriente dice Ogenio.

Estrújanse y aráñanse todos buscando un punto de apoyo para salir de aquel enredo; y poco á poco, y con grandes fatigas, van levantándose uno á uno; y renqueando y vacilando, se vuelven á poner en marcha, y llegan á un punto en que se bifurca la carretera. Allí deben separarse el tío Juan, Ogenio y dos de los intrusos. Inútil es decir que el convite se acepta y se agradece.

Ogenio replica Antón, me ofendes. Que te digo que no quieres vender. ¡Que mal rayo me parta si he venío á otra cosa á la feria! Y sábete que por ese dinero ya no tendría en casa los novillos hace una semana, si los hubiera querido vender...; pero hoy por ser pa ti.... Pos yo no doy por ellos más que veinticinco doblones. no quieres comprar, Ogenio.