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-Por eso -respondió el del Bosque- dicen que la codicia rompe el saco; y si va a tratar dellos, no hay otro mayor en el mundo que mi amo, porque es de aquellos que dicen: "Cuidados ajenos matan al asno"; pues, porque cobre otro caballero el juicio que ha perdido, se hace el loco, y anda buscando lo que no si después de hallado le ha de salir a los hocicos. -Y ¿es enamorado, por dicha?

Mientras bebía con ansia la pobre bestia, quedé yo encarado en opuesta dirección a la que había llevado subiendo, y con un panorama a la vista que me dejó maravillado. ¿Qué valle es ese? pregunté a Chisco que se limpiaba los hocicos con la manga de su lástico. Pos el vayi por onde hemos pasau me respondió ; sólo que como no vimus más que lo de la parte de acá, y esu en racionis...

Con esa cara de pascua, y tiene más ponzoña que una víbora. «¡Pérfida!, ¡desleal!, ¡traidora!...» Por eso tuve tanto gusto en hacerte rabiar con el teniente; para vengarme. Se acabaron los versos; y si me disparas algún soneto, te frotaré los hocicos con él, ¿sabes, niño? como a los gatitos cuando son cochinos.

Juanita repiqueteaba entonces estrepitosamente el aldabón de su puerta, y no bien la entreabría o su madre o la criada, se colaba ella, cerraba de golpe y casi daba a don Andrés con la puerta en los hocicos. Con estos lances, tratos y conversaciones, don Andrés se emberrenchinaba más cada día, y su circunspección iba desapareciendo.

Se hacía tarde; debían llegar antes de anochecer á un determinado acantonamiento. Iban cuesta abajo, al abrigo de una arista de la montaña, viendo pasar muy altos los proyectiles enemigos. En una hondonada encontraron varios grupos de cañones de 75. Estaban esparcidos en la arboleda, disimulados por montones de ramaje, como perros agazapados que ladraban asomando sus hocicos grises.

Visitemos las tiendas de pieles, y encontrarémos, perfectamente disecados, leones, panteras, tigres, leopardos, hienas, lobos, zorras, castores; en fin, un gabinete de zoología. No he visto ratas; pero no extrañaria alzar la cabeza y darme de hocicos con una enorme culebra boa, puesta en una urna de cristal, á lo largo de un escaparate.

Después que se le aplacara el frío, sintió somnolencia, que la llevó a un delirio tranquilo, reproduciendo en su mente la escena aquella con varias adiciones de importancia. ¿Eran estas algo que con la prisa no pudo decir, pero que debió haber dicho, o eran simplemente desvaríos de su cerebro encendido por la calentura?... «¡Si creerá esta señora que no hay en el mundo más mujeres honradas que ella!... Que se le quite a usted eso de la cabeza. ¡Vaya con el modelo!... ¡A buena parte viene usted...! ¿Sabe usted, niña, que como a se me meta en la cabeza, le doy a usted honradez y virtudes por los hocicos hasta que no quiera más?

Eso lo verémos, picaruelo, dixo el jesuita baron de Tunder-ten-tronck, alargándole con la hoja de la espada un cintarazo en los hocicos. Candido desenvayna la suya, y se la mete en la barriga hasta la cazoleta al baron jesuita; pero, al sacarla humeando en sangre, echó á llorar. ¡Ay, Dios mio, dixo, que he quitado la vida á mi amo antiguo, á mi amigo y mi cuñado!

Y así le tuvieron un gran rato, porque más de quince hombres estaban sobre él, y a todos daba las manos llenas, y si se descuidaban, en los hocicos. A todo esto, el señor mi amo estaba en el púlpito de rodillas, las manos y los ojos puestos en el cielo, transportado en la divina esencia, que el planto y ruido y voces que en la iglesia había no eran parte para apartalle de su divina contemplación.

Callose; y en el pecho le hacían revoltijos las culebrillas de su ilusión desvanecida. Ya se había acostumbrado a la idea de encontrar a las amigas en la estación de San Sebastián y darles con Arcachón en los hocicos, de poner en sus cartas la data de Arcachón, y por fin, de Arcachonizarse para todo el otoño e invierno próximos.