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Ven acá, hija mía dijo alargándole una mano, mientras que con la otra obligaba a Amaury a permanecer en su asiento; ven y siéntate aquí. Ahora dame tu mano; Amaury ya me ha dado la suya. Antoñita obedeció. El doctor miró con gran ternura a ambos, que mudos y trémulos aguardaban, y después besoles en la frente, diciendo: He podido contemplar dos corazones generosos, y me alegro de lo que pasa.

No gasta más que en tabaco y algún realejo que me da . Vaya, adiós; vete, no sea que nos vean añadió Paz, alargándole en la mano una monedita de dos duros. Pateta, sin desasirse de la verja, repuso sonriendo, y con entonación muy achulada: ¡Quiá! ¡No seas niño, toma! ¡Quiá, no, señorita!; ¡si yo hago lo que hago por el señor Pepe; pero a no me da Vd. ni eso, ni tan siquiera un chavo!

Te has olvidado aquí el dinero dijo alargándole otra vez la cartera. No me he olvidado. Es para también. ¿Para ? exclamó él poniéndose pálido. ¿No lo quieres? preguntó ella con timidez poniéndose encarnada. No; no lo quiero replicó él con firmeza. Clementina no se atrevió a insistir. Tomó de nuevo la cartera, sacó de ella los billetes y la volvió a entregar al joven.

Estoy seguro de que si cortásemos las puntas, tendría con él un disgusto...» ¿No he interpretado bien su deseo? Perfectamente. Muchas gracias, Alvaro respondió el señor de Belinchón alargándole una mano que Peña halló demasiadamente fría.

Eso lo verémos, picaruelo, dixo el jesuita baron de Tunder-ten-tronck, alargándole con la hoja de la espada un cintarazo en los hocicos. Candido desenvayna la suya, y se la mete en la barriga hasta la cazoleta al baron jesuita; pero, al sacarla humeando en sangre, echó á llorar. ¡Ay, Dios mio, dixo, que he quitado la vida á mi amo antiguo, á mi amigo y mi cuñado!

Y dirigiéndose luego al anciano y alargándole la diestra para estrechar amistosamente la suya, añadió el ínclito trovador: ¿Te has olvidado acaso de y del amistoso lazo con que nos unimos en Roma y de las largas pláticas que allí teníamos, cuando estuve yo como Secretario de la pomposa Embajada de Tristán de Acuña?

Pues hazte cuenta que otro tanto me pasaba á repitió Velázquez con el mismo sosiego. Pues vámonos ya. Mira... Echaremos antes un cigarro, si te parece. Como quieras. Sacó el majo un cigarro puro y luego la navaja para picarlo. El fino cuchillo de Albacete brilló con resplandor siniestro á la luz de la luna. Antoñico se inmutó visiblemente. Toma dijo alargándole cortésmente el cigarro.

El caballero se detuvo a la puerta esperando que cruzasen cinco o seis parejas que venían girando al compás de un vals, y sus labios descoloridos se plegaron con sonrisa tan dulce como triste. ¡Qué tarde! No pensábamos que usted viniera ya exclamó la señora alargándole su mano fina, nerviosa, que se contrajo tres o cuatro veces con intensa emoción al chocar con la de él.

Genoveva, ¿quieres leer este trozo de la vida de Santa Isabel? dijo alargándole el libro. Con mil amores, señorita. Mira, ahí donde dice: Cuando su marido... Genoveva comenzó a leer para el párrafo; pero muy presto la interrumpió María, diciéndole: No, no; lee en voz alta.

Grano de Sal sacó un reloj lo menos de una pulgada de grueso. Tiene usted razón, señor Durand, son las diez. Después, alargándole el reloj, atado con cuidado a una larga cadena de acero reforzada con un cordón negro: Vea, ¿lo reconoce usted? dijo al maestro.