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Así fue como Paco Gómez, seguido tenazmente por los tricornios, se vio en la precisión, para escapar a un cintarazo, de meterse por el escaparate de la confitería de D.ª Romana, cayendo de bruces sobre una fuente de huevos moles y destruyendo por completo una magnífica tarta de borraja destinada al chantre de la catedral.

Eso lo verémos, picaruelo, dixo el jesuita baron de Tunder-ten-tronck, alargándole con la hoja de la espada un cintarazo en los hocicos. Candido desenvayna la suya, y se la mete en la barriga hasta la cazoleta al baron jesuita; pero, al sacarla humeando en sangre, echó á llorar. ¡Ay, Dios mio, dixo, que he quitado la vida á mi amo antiguo, á mi amigo y mi cuñado!

Recibía un cintarazo por la izquierda, y al volverse encontraba un segundo Morales que le atizaba por la derecha. Luego un tercer Morales le tiraba al cráneo por lo alto, un cuarto lo hacía saltar golpeandole entre las piernas, y así sucesivamente, hasta que pedía misericordia. Los más valientes de la provincia empezaron á hablar de él con temor, adivinando su secreto.

El joven tenía delante dos enemigos que le acometían ciegos de furor; pero alcanzaba con su espada á uno y otro lado de la habitación, y no les dejaba avanzar. El alférez, con la espada envainada, estaba detrás del joven. Juan Montiño volvía la luz de su linterna, tan pronto sobre el uno como sobre el otro de sus enemigos. De tiempo en tiempo les metía un furioso cintarazo.

Hablo de los diez de abril, tres de octubre, siete de julio veintinueve de septiembre, y otras ejusdem farinoe, no menos zarandeadas, en estos tiempos que corremos, por los campeones de la política militante, ya como gloria, ya como afrentas. Tampoco se halla impresa en ninguna parte con sangre de libres ni de esclavos, ni recuerda patíbulos, ni asonadas, ni siquiera un mal cintarazo.

Sea lo que fuere, y ya que la cena que nos regalan viene, á cenar y á beber, á ver si comiendo y bebiendo se me aplaca el dolor del cintarazo dijo el otro soldado.

Os aconsejo que os vayáis dijo éste, acudiendo al reparo de los golpes que le tiraba el embozado , porque si no os vais, os va á suceder algo desagradable. ¡Hola! ¿se me os venís con estocadas? ¡perfectamente! pero es el caso que yo no quiero mataros, amigo mío. Echó fuera dos ó tres estocadas bajas, y aprovechando un descuido del contrario, le dió un cintarazo encima del sombrero.

Montiño y Saltillo se echaron á reir. ¿No decía yo que os íbais á divertir, alférez? dijo Montiño, parando un tajo de don Bernardino ; pues ya os habéis reído, y ahora veréis. ¿Qué hacéis ahí, don murciélago, puesto á la sombra? añadió, dirigiéndose al que el alférez había llamado Velludo. Y tras estas palabras le metió un cintarazo. Velludo dió un rugido, desnudó su espada, y se fué á Montiño.